En los últimos meses he reiterado en diversos foros que la actual fragmentación parlamentaria debe verse como una oportunidad para las reformas de calado que necesitamos en España. La realidad es que los españoles tenemos hoy visiones políticas diferentes y plurales. Y el gobierno de la cosa pública tiene que recoger, necesariamente, esa diversidad. Es verdad que es mucho más fácil gobernar con una mayoría absoluta monocolor. Pero también lo es que esas mayorías suelen ser una barrera para que los que mandan escuchen a la oposición. Asumiendo que la fragmentación no se va a reducir sustancialmente a corto y medio plazo, ni siquiera con unas nuevas elecciones generales, es momento para pedir y exigir a nuestros responsables políticos que se sienten a hablar y negociar. Si hoy tenemos cuatro partidos principales, nos podemos permitir que uno se levante de cada mesa de negociación, pero no más; salvo que los que se queden sean los dos más grandes.

Concretemos. No tiene sentido que el PSOE presente un documento para reformar la legislación educativa sin discutir y consensuar mínimos antes con los otros tres. De hecho, lo lógico sería que hubiese también discusión y acuerdo con quienes prestan el servicio, las Comunidades Autónomas. Hacerlo de otra manera no va a arreglar nada y va a generar un nuevo frente de conflicto; por más que la reforma sea urgente y al menos parte de lo que plantea cambiar el PSOE sea muy razonable. En materia fiscal, ídem. Hablamos de los impuestos como si fuesen cromos infantiles. Por la mañana unos hablan de cambiar la legislación, otros de suprimir tributos y unos terceros de aplicar retroactividades. Por la tarde las opiniones empiezan a cambiar porque otro responsable político ha matizado. O se mete en el debate otro impuesto completamente distinto. Y al día siguiente conseguimos que en la cafetería se anime el discurso tabernario y se mine la moral fiscal de los contribuyentes; y unos y otros se pregunten cuál es la seguridad jurídica y la estabilidad que rige en este país. Necesitamos una reforma fiscal en profundidad que le valga a todos. Que sirva para recaudar 35 puntos de PIB o 45 según las preferencias políticas dominantes en cada momento, tocando tipos o deducciones, pero manteniendo el mismo esqueleto lógico y racional.

Es verdad que Trump lo intenta. Pero me temo que no se puede gobernar al ritmo endiablado de twitter. Necesitamos serenidad, reflexión, capacidad de diálogo y consenso y estrategia. No llega con ser honrados. Necesitamos virtudes añadidas en nuestros políticos.

*Director de GEN (Universidad de Vigo)