No hubo sorpresas y se cumplieron los pronósticos de las encuestas: después de ocho años, el partido Demócrata estadounidense recuperó el control de la Cámara de Representantes y consigue, así, una palanca para intentar frenar al imprevisible ocupante de la Casa Blanca, el republicano Donald Trump.
Un Trump que, no obstante, tenía motivos para estar relativamente satisfecho, ante este examen de mitad de mandato: su formación sigue dirigiendo el Senado, con más escaños aún que en la legislatura anterior, lo que le permite tener un instrumento clave para ratificar nombramientos (además de asegurarse de que un impeachment o proceso de destitución no prosperará por mucho que lo intenten los Demócratas, ya que se necesitan dos tercios del Senado para que salga adelante).
Esta satisfacción de los dos bandos en los que parece dividida la sociedad estadounidense deja el escenario abierto, de cara a las elecciones presidenciales de 2020. Por un lado, el presidente parece haber consolidado la base de apoyos que le dio la victoria hace dos años (formada por votantes blancos y en Estados poco poblados, mayoritariamente); pero, por el otro, los Demócratas han conseguido una clara victoria popular, con un elevado nivel de movilización entre los suyos (especialmente, de mujeres y jóvenes, con proporciones del 60% o más, algo que debería preocupar a los Republicanos).
Y con un último factor, que aún no se sabe qué papel tendrá, en noviembre de 2020. Los analistas apuntan a una desaceleración (¿quizá recesión?) de la economía norteamericana y, para Trump, no será lo mismo que el votante se dé cuenta que su bolsillo está peor en febrero del citado año que en las Navidades. Ahí puede jugarse el destino de las próximas presidenciales.
