El péndulo de la nueva moda del antifranquismo tiene apariencias de postureo ante una sociedad políticamente acomodada. Esta presunción del antifranquismo retrospectivo, aunque positiva, tiene la desventaja de aparentar una actitud autojustificativa, sobre todo cuando nada hizo por modificar aquella cruel realidad. Personajes políticos y dignatarios ejercieron correctamente sus funciones para los que fueron nombrados como entusiastas aduladores de la alargada sombra del edificio franquista. Con el tiempo este postureo político a deshora se transforma en prerrogativas y otros privilegios. La mayoría ya se declara abiertamente antifranquista, pero sin acercarse demasiado al otro antifranquismo que no cambió su color ni de intereses, que vivió y aún vive en el humilladero, que todavía espera la aplicación de la Ley de Memoria Histórica para lograr un país de amplia convivencia y justicia democrática, sin apologías de personajes, símbolos o ideales fascistas.

El postfranquismo está durando más que la Dictadura debido al sigilo de mucha gente que siempre estuvo al margen o en la penumbra, y que ahora se autodenominan antifranquistas para la salvación de sus conciencias. Creen que la democracia se instaló por la simple voluntad de unos padres de la patria y protegida por una Corona caída del cielo. Otros se niegan a mover agua pasada, prefieren dejar las cosas como están para no investigar aquella dictadura, ni a torturadores como Billy el Niño en Madrid u otros en Vigo que nada le envidiaron.

La desaparición de Franco no significó su muerte ideológica en estos 43 últimos años. Franco siguió viviendo después de muerto, pero es ahora cuando asistimos a su desaparición política y su olvido obliga a abandonar esperanzas de continuidad. El franquismo ya perturba hasta aquellos que aceptaron al Régimen con arrogante imparcialidad ante la historia, mirando para otro lado cuando el Consejo de Europa reconocía que "la tasa del encarcelamiento de presos políticos en España era casi tan elevada como en la Alemania nazi", además de los millares de exiliados.

Es alentador ver como de repente todos somos antifranquistas, incluso destacados militantes del PP a quienes el franquismo ya les estorba, junto con la gran burocracia que supo guardar sus ropas en los estamentos de la amplísima maquinaria del Estado. Después de su lamentable silencio desde la noche del tiempo, ahora no quieren ser confundidos con los nostálgicos del viejo sistema y se apuntan al monarquismo liberal poniendo apuradamente sus relojes en hora. Y es que los viejos hábitos siempre tardan en morir y por eso falta la costumbre de ser libres.