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No todo es "impeachment"

Los desafíos de la nueva mayoría demócrata en la Cámara de Representantes y las presiones de unas bases muy movilizadas

Se redimieron las encuestas. El panorama que dejan en EE UU las legislativas del martes es el augurado: control demócrata de la Cámara de Representantes y Senado para los republicanos. La ola azul, era sabido, difícilmente podía llegar al Senado, donde de los 35 escaños en juego, 26 eran defendidos por demócratas y solo 9 por republicanos que, además, representaban en su mayoría a estados en los que Trump se impuso en 2016. De hecho, el único robo demócrata ha tenido por escenario Nevada, que hace dos años votó a Clinton. A donde si ha llegado la ola azul es a los estados, cuyo carácter de circunscripción única les da valor de tendencia para las presidenciales de 2020. Los demócratas han robado siete gobernadores a sus rivales, tres de ellos en estados que habían apoyado a Trump en 2016. Como resultado, el reparto del territorio ha pasado de un aplastante 33/16 para los republicanos (Alaska estaba gobernada por un independiente) a un más salomónico 25 /23, que cuando se resuelvan las reclamaciones pendientes debería desembocar en un 27 / 23.

En suma, los comicios de medio mandato limitan seriamente la iniciativa legislativa de la Casa Blanca y reflejan la profunda y encrespada división de EE UU. De un lado, quienes apoyan las políticas nacionalistas, xenófobas y ultraliberales de un Trump que, pese a su zafiedad y desprecio de las normas, está consiguiendo modelar a su imagen a un partido que hace dos años renegaba de él y que ahora mantiene sus mejores caladeros de votos en los sobrerrepresentados distritos rurales. Del otro, un conglomerado de lo más heterogéneo que, con las feministas y los activistas negros al frente, tiene un elevado nivel de movilización, en especial en las deprimidas ciudades, pero también en los espacios suburbanos acomodados. Un mosaico, el demócrata, dinamizado por brigadas juveniles y unido por la percepción de que el magnate es un autócrata al que solo frena un complejo sistema de contrapoderes que en los dos últimos años ha estado falseado por el rodillo republicano del Congreso. Rodillo que a menudo ha mirado hacia otra parte ante los excesos de la Casa Blanca, obligando a los jueces a activarse como freno.

Suprimido ese rodillo, ¿qué les espera ahora a Trump y a los EE UU? La primera palabra que viene a la cabeza de quienes no simpatizan con el inquilino de la Casa Blanca es "impeachment", o sea, que la Cámara ponga en marcha un proceso de destitución. Sin embargo, la cuestión es mucho más complicada para unos demócratas claramente divididos entre un ala moderada y otra socialdemócrata, las dos corrientes que en las primarias de 2016 representaron Clinton y el senador Bernie Sanders.

Lo primero que tiene que hacer la nueva mayoría demócrata es elegir un líder, ya que no está claro que la casi octogenaria Nancy Pelosi tenga fuerzas ni apoyos para situarse a la cabeza. La elección de jefatura será un test del nivel de agresividad que adopten los legisladores ante Trump. En este punto no puede despreciarse el radicalismo que van a exigir las excitadas bases demócratas, imprescindibles ante el triple reto de mantener la Cámara, asaltar el Senado y desalojar a Trump en la múltiple convocatoria de 2020. No se alberga duda de que esas bases van a empujar para que se tome el camino del "impeachment". Pero tampoco se le escapa a nadie el coste político de un proceso que, al llegar al Senado, precisará dos tercios de apoyos, cifra casi imposible de sumar, y se estrellará.

Puestas así las cosas, los representantes demócratas deberán concentrar el grueso de sus esfuerzos en una triple labor: iniciativas legislativas, control del Ejecutivo y revisión a fondo del "expediente Trump". Cabe esperar, pues, que pretendan mejorar el Obamacare que Trump no ha podido desmontar, que busquen moderar las exenciones fiscales a las empresas, manteniendo las que benefician a las clases medias y bajas; que propongan medidas de protección a los inmigrantes, en particular a los "dreamers", y cierren las puertas a la construcción del muro con México. También, que muchas de sus acuerdos mueran en el Senado y nunca lleguen a contar con la firma del presidente, pero, incluso fracasando, estarán abonando el terreno para 2020.

La campaña para esa cita electoral ya ha comenzado, claro, y para Trump, que se sabe atado y escrutado durante los próximos dos años, más que para nadie. De ahí que los demócratas vayan a revisar todos sus trapos sucios y su heterodoxa labor de gobierno, abriendo investigaciones en todas y cada una de las comisiones de la Cámara. Ese es uno de los grandes poderes que ahora tienen. También el de favorecer las pesquisas de la trama rusa, que se extienden al conglomerado de intereses empresariales de Trump, e incluso el de exigir que, de una vez, se hagan públicas sus declaraciones de Hacienda para comprobar hasta qué punto es o no es un delincuente fiscal.

En cuanto al "impeachment", lo más probable es que, pese a las presiones que lleguen desde la calle, se abra paso la idea de que la mejor destitución es la que dictan las urnas. A menos que las investigaciones de los próximos meses ofrezcan datos tan concluyentes que inclinen a los senadores republicanos obligados a comparecer ante las urnas en noviembre de 2020 a saltar del barco presidencial y nadar para ponerse a salvo.

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