Opinión | Me lo repite

La muerte es un asunto muy serio

Entrada al cementerio ourensano de San Francisco, un Bien de Interés Cultural.

Entrada al cementerio ourensano de San Francisco, un Bien de Interés Cultural. / FERNANDO CASANOVA

La muerte es un asunto muy serio en Galicia. Podría decirse que nos sienta muy bien. Nuestra manera de vivir el final, pero especialmente su larga antesala, nos define como país casi mejor que el himno de Pondal. Llama la atención relativamente que el obispo de Ourense, de sotana, demonizara Halloween en su responso de Todos los Santos, en uno de los tres cementerios que visitó en la ciudad. "Les están descubriendo a nuestros niños que la muerte es una caricatura, que es algo repugnante, que con la muerte se puede hacer broma o chiste (...) La muerte es algo muy serio, es un acontecimiento que se mete en el corazón del ser humano y cuando se produce la muerte de un ser querido, se nos rompe todo (...) ¿Quién puede reírse de la muerte? Estamos viviendo en una sociedad en la que se hace espectáculo de la muerte y del morir humano. No hagamos nosotros lo mismo, la muerte es algo muy serio", defendió el religioso.

En pocos lugares del mundo se rinde un culto reverencial, solemne y medroso, con la misma proporción de fe que de superstición. Una parte del ahorro de las pensiones más bajas de España sufraga los seguros funerarios y los panteones (hay nichos en los que el metro cuadrado es más caro que una vivienda) para reunir, al otro lado, a toda la familia, también a los mal avenidos.

La cuenta de los fallecidos monopoliza las conversaciones, las esquelas son las noticias más leídas y los funerales, actos más multitudinarios que las fiestas parroquiales y las bodas. El 1 y el 2 de noviembre, pero también los días previos, hay más vivos que difuntos en los cementerios y las lápidas lucen como la plata recién bruñida. Al festejar la vida con incomodidad y un sentimiento de culpa ante el vecino y sus difuntos, quien celebra se santigua frente al inevitable final con independencia de la edad: "De hoxe nun ano!", decimos la inmensa mayoría de gallegos en un brindis festivo.

Galicia atesora mitos y leyendas que superan el ambiente lúgubre de las novelas de Stephen King. En una tierra que no niega la existencia de la Santa Compaña o del lobishome, el miedo a lo esotérico se combate con el patrimonio artístico e inmaterial. Diseminando el territorio de cruceros y petos de ánimas en cada intersección de pistas y carreteras. Con enrevesadas manías, con una ristra de ajos y rezos bisbiseados ante la luz trémula de una vela.

Cada 29 de julio, en Santa Marta de Ribarteme (As Neves, Pontevedra), se celebra una manifestación extraordinaria que saca de la iglesia, en procesión, ataúdes en fila. La insólita celebración atrae a fotógrafos y cámaras de España y de otras partes del mundo, porque atravesar el Padornelo conlleva cambiar de galaxia. Los fieles dan gracias a la patrona por el favor divino que, suponen, les hizo superar una grave enfermedad. Los supervivientes o familiares figuran el tránsito al cementerio como si fueran cadáveres. Es el rito de Os mortos vivos, con raíces en la Edad Media. Quienes portan a los supuestos difuntos son los parientes, amigos o vecinos.

Como siempre hay de todo, ni siquiera los muertos se libran de nuestra mezquindad. Sufren conversaciones banales y chismes a voz en grito de las que no pueden defenderse. Han presenciado discusiones por la herencia en mitad del velatorio o -lo que es peor- cínicos rezos y gestos de consuelo de allegados que se afanaron, en vida, por amargarlos a rabiar.

El enterramiento en un país que envejece y apenas ve nacimientos representa una próspera industria que, poco a poco, se renueva. Las tradiciones, férreas y casi inamovibles, se han acompasado un poco a los tiempos con ataúdes ecológicos y hasta con hilo musical; qué mejor forma de pasar una eternidad bajo tierra. Los tanatorios campan por todo el territorio y son obras demandadas que dan muchos votos, aunque se trata de lugares a los que nadie quiere ir. En septiembre, cargos de la Xunta y el alcalde de Chandrexa de Queixa inauguraron un velatorio en una antigua escuela. Una metáfora que llamó la atención fuera de Ourense y que no recibió ni un pero aquí. Es que es normal.

A los difuntos ya no se les puede despedir como antes en casa, donde los deudos se desentendían del trance para centrarse en las visitas, ofreciendo hospitalidad, también en esas circunstancias: conversación, café, asientos cómodos, bebidas y comida. Los niños aprenden lo que es la muerte observando, por imitación. Cuando falleció el tío de mi padre, a principios de los noventa, yo debía de medir un metro. Empujaba a todos los que acudían a casa durante el velatorio para que tomasen una bebida caliente, agua, vino o bica. Era la costumbre y yo insistía con alegría y locuacidad, como si allí no estuviera un cuerpo presente.

La regla en Galicia es tener muy en cuenta a la muerte sin atreverse a mentarla. Se asume que sea un tabú. Que los niños que entierran a un abuelo vean llorar a sus padres por primera vez. En el cementerio ourensano de San Francisco, un Bien de Interés Cultural que se erige como una atalaya en una colina de la ciudad, un grabado en el muro principal reza: "El término de la vida aquí lo veis, el destino del alma según obréis".

Prefiero las despedidas que evitan el trauma y convocan los recuerdos de un tiempo mejor en honor a quien se ha ido. Si, total, "con los días contados, chaval, así vivimos todos", como dice un poema de Karmelo C. Iribarren. Ocurrió hace unos meses, sí, en Galicia. Familiares y amigos de Alicia Jones brindaron por ella entre anécdotas y bromas, acudiendo a la llamada de una esquela en Faro de Vigo que invitaba a decirle adiós tomando "la vino y el tortilla".

La frase estaba escrita con toda la intención para reflejar cómo era esta docente galesa que durante más de medio siglo vivió en la ciudad olívica. "No se esforzó porque era muy pasota. Confundía mucho los artículos y quisimos hacerle ese guiño", manifestó al periódico su hija Julie. Seguro que Fruty celebró su deseo cumplido desde el otro lado, si es que existe. Tal y como hubiera querido, sus amigos y familiares lo despidieron en A Coruña brindando en la cervecería donde paraba casi a diario.

En el mismo cementerio de Ourense puede leerse uno de los epitafios más originales. En la tumba de Ben Cho Shey está escrito: "Quedan suprimidas todas as homenaxes post mortem porque as cousas ou se fan ó seu tempo ou non se fan". Me encanta esta manera de frivolizar con las cosas inevitables, aunque sean graves y, de puertas adentro, nos aflijan de la manera que Idea Vilariño expresa en el verso "como un ramo de flores oscuras en el pecho".

Ojalá que en los funerales de Cea, Láncara, Laxe o Ponteareas se pudiera decir adiós como sucede en Nueva Orleans. El afligido acompañamiento del difunto al cementerio se transforma en baile y alborozo de regreso a la ciudad. La pérdida sigue doliendo, y continuará por desgracia hasta que el tiempo cauterice, si es que lo consigue, pero el jazz de la banda embarga por un momento la melancolía y la tristeza. Precisamente porque la muerte es muy seria hay que reírse de ella.

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