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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Las batallas

Las declaraciones lingüístico/belicosas -"pelearemos para que el castellano en Galicia no desaparezca de las escuelas como en Cataluña", dijo- del secretario general de Ciudadanos, señor Villegas demuestran, al menos desde el punto de vista de quien esto escribe, un par de cosas. La primera, que don José Manuel está mal informado sobre lo que aquí sucede y, segunda, la urgente necesidad de corregirlo si su partido quiere obtener presencia sólida en las próximas elecciones y más allá. Aparte de no defraudar a los sociólogos que han apostado por eso.

Y es que, siempre desde la opinión personal, la cuestión del idioma y su tratamiento en este antiguo Reino puede gustar más o menos -de hecho, a los nacionalistas los irrita y a bastantes que no lo son les desagrada-, pero de ahí a la necesidad de dar una batalla para que no desaparezca en las escuelas va un abismo. Y que la dirección de un partido que, según dicen sus líderes y algunas encuestas, aspira a gobernar España solo o en compañía de otros, no puede manejar esterotipos. En su cúspide y en el Parlamento; no ha mucho, el diputado Cantó dió prueba de ese defecto.

Es por eso por lo que, desde la mejor de las intenciones, procede informar a don José Manuel de que en Galicia -y a salvo otras opiniones-, cada cual puede hablar en castellano o en la lengua vernácula cuando y como le de la gana. Naturalmente, hay una serie de disposiciiones, al amparo del Estatuto de Autonomía -del todo constitucional, no tema el señor Villegas-- que regulan los derechos lingüísticos, igual que otros. Y orientados no a hacer que desaparezca el castellano, sino a proteger y fomentar el gallego como una de las señas de identidad de Galicia.

El señor secretario general de Ciudadanos, que no debiera tomar estas observaciones como una crítica sino más bien como una información, confirma los indicios de que electoralmente hablando puede repetir en otras comunidades de España la estrategia que tanto éxito le dió en Cataluña. Pero ocurre que ni este Reino es aquel territorio ni su realidad social se le parece. Y equipararlos para obtener votos desde una dialéctica de batallas es un error grave, como lo sería creer que aquí PP y PSOE -al menos el que gobernó Galicia- no son lo que siempre dijeron.

(Ni tampoco los nacionalistas son del todo lo que con frecuencia repiten. Aunque la política suele cambiar, y en la España de hoy a veces lo hace en dirección contraria a los compromisos, no está de más recordarle, sin acritud, al "número dos" de don Alberto Rivera que éste no es un país radicalizado ni conservador a machamartullo, sino moderado y sensato. Y hasta quienes tienen cierta tendencia a la exageración, se contienen si está en juego lo colectivo. Por eso cuando el BNG cogobernó la Xunta, aquí no hubo asaltos lingüísticos en las escuelas ni "nacionalización" de los usos parlamentarios: ni siquiera -entiéndase la expresión sólo como descriptiva- multas a los comerciantes que rotulan sus negocios como quieran. Porque, y aunque algunos crean ingenuo cuanto precede, Galicia es así.

¿O no?

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