Hace 32 años que España introdujo, con cierta timidez, tal vez miedo, sus manos en la cocina de la entonces Comunidad Económica Europea (CEE), hoy Unión Europea. Treinta y dos años en los que, a machamartillo, el sector pesquero español le ha ido indicando a la Unión Europea que hay caminos equivocados por los que transita y en los que solo ha logrado depositar montones de ¿basura? reglamentaria con la que ordenar lo que todavía hoy está desordenado y que, por ello tal vez, pretenden reordenar pero sin que el orden en su estado primigenio haya sentado las bases de lo que, definitivamente, será un sector pesquero comunitario en el que no todos los estados miembros tienen mar, pero sí votos. Votos que vienen dados porque son países que, careciendo de mar y, por ende, de flotas pesqueras, son sin embargo comedores de pescado. Y por ser comedores de pescado, Austria, por ejemplo, presiden la Comisión Europea y deciden, proponen y posponen, escuchan a las organizaciones medioambientalistas y lobbies y desoyen a la gente de mar (teóricamente los que más saben de este y de sus fauna y flora) para acabar dando crédito a quien no tiene flauta que tocar en el concierto pesquero.

En Bruselas, nada nuevo, mandan los medioambientalistas que no se mojan las cachas en el mar, pero que saben manejar sus dineros desde, por ejemplo, el otro lado del Atlántico. Y mandan, además, las organizaciones urgidas por sus problemas de beneficios que conforman un ente poderoso que acogotan a los eurodiputados cuando estos, si acaso, en algún momento rechazan las prebendas de las que esas mismas organizaciones les colman a cambio de una introducción sibilina en el Parlamento Europeo o cualquiera de sus infinitas comisiones del enunciado de un asunto que redunde en beneficio del grupo o lobbie y que la Eurocámara debatirá en cualquier momento.

España, pues, navega en esas aguas bruselianas de las que algunas altas jerarquías del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación se quejan y que callan -luego, otorgan- cuando en Madrid reciben los mismos envíos: medioambientalistas y lobbies sin cuya participación parece imposible dar un paso adelante porque, al final del trayecto, no quieren encontrar a aquellos que sí saben de pesca y que les conoce como sector.

Treinta y dos años de lucha y la Unión Europea, por la vía de la Comisión, sigue sin entender nada, pero reglamenta todo. Toneladas y toneladas de papel generadas en la capital de la UE a pesar de que cada vez más es la vía telemática la que ordena, manda y hace saber.

Ahora están dale que te pego al Reglamento de Control de la Pesca. Pican aquí y pican allí, manchando cada vez más platos, obligando a la sociedad civil a organizarse para explicar a los suyos y allegados que ese Reglamento de Control de la Pesca no será sino un nuevo reglamento, uno más de los miles generados desde antes del acceso de España en 1986 a la CEE y uno más de los miles traídos al mundo comunitario en esos parideros de la sede de la UE en los que, cada dos por tres, alguien rompe aguas a instancias de los medioambientalistas y los lobbies, todos ellos formidablemente bien pagados a mayor gloria de Don Dinero.

Lo dicho: de plato en plato.