El día 31 de octubre de 1850 se inaugura por la Reina Isabell II el magnífico edificio situado en la Carrera de San Jerónimo. Una obra del arquitecto Narciso Pascual Colomer y de Ponciano Ponzano que hoy, junto con el Senado, disponen al encuentro y también al desencuentro de quienes representan la soberanía nacional. Desde entonces, el Congreso ha sido testigo privilegiado de nuestra historia. De los grandes momentos vividos por el país y también de aquellos otros que abocaron a generaciones de españoles a un tortuoso caminar, cuando no al desánimo o incluso a la cruel lucha por sobrevivir.

Quisiera no obstante rescatar algunos de los episodios que por estar impregnados de una cierta hilaridad han ascendido a la vitrina de la historia y hace gratificante su cuento. En este sentido, cómo no recordar al diputado cordobés Juan Valera, en este tiempo de imposición de lenguas como factor distintivo y no como la riqueza colectiva que es, cuando en una intervención parlamentaria en 1873 cita a Shakespeare, pero lo hace tal como se lee en castellano. Ante las risas de sus colegas, continuó su completa alocución en inglés, tras señalar: "Perdónenme sus señorías, creí que no sabían inglés". Hablaba cinco lenguas. También Gil Robles fue llevado al sonrojo cuando estando en el uso de la palabra alguien le espetó que era de los que todavía vestían calzoncillos de seda. Volviendo su mirada, se repuso con un "no sabía que la esposa de su señoría fuese tan indiscreta". Francisco Silvela, entonces presidente del Consejo, a quien se denominaba "vaselina" por la facilidad que tenía de aunar voluntades y llegar a pactos. En una ocasión, al verle superado por el tedio de la sesión, se le acerca discretamente un ujier en bondadoso gesto y le inquiere: "Despierte señoría, está usted dormido". Él le contesta que no, que estaba durmiendo: "que no es lo mismo estar bebido que estar bebiendo". Similar anécdota se atribuye al entonces senador Camilo José Cela, aunque conjugando un verbo diferente. Cuando el presidente Antonio Fontán demanda su atención por estar dormido, Cela responde que solo estaba durmiendo: "porque no es lo mismo, señor presidente, estar jodido que estar jodiendo". Aunque esta anécdota no aparece en el diario de sesiones, sí tenemos su alusión a los demás miembros de la Cámara Alta, al tenor de: "Senador presidente, senatrices y senadores".

También entre los presidentes de las Cortes encontramos intervenciones dignas de mención por su singularidad. Peces Barba pidió a Miguel Boyer detener por un momento su parlamento: "Me parece que su aparato no funciona", le dijo. Julián Besteiro, al ser preguntado si debido al sofocante calor podían los diputados quitarse la chaqueta, respondió con un "sí, señoría, pero cada uno la suya". El mismo Besteiro, cuando en 1932 sometía a votación la ley de divorcio, cada artículo por separado, en el 67 se detiene: "Señorías, tenemos que anular las tres últimas votaciones, nos hemos pasado, la ley solo tiene 64 artículos".

También la inmunidad parlamentaria, aun constituyendo un claro resorte de amparo y protección, no siempre fue rectamente entendida. Así, cuando en la Primera República debatían los diputados a quien confiar el Gobierno y las sesiones se prolongaban sin atisbar resultado alguno, se presenta a las puertas del Congreso el coronel de la Guardia Civil José de la Iglesia demandando agilidad y presteza en la elección: "Tengo un piquete a la puerta; de aquí no sale nadie hasta nombrar un presidente". Convincentes razones; lo suficiente como para traer a Pi y Margall desde París, aunque tan solo aguantase en la Presidencia treinta y siete días.

Y es que la milicia, fuese más proclive a la Monarquía o la República, abrigó siempre un halo de unidad y orden en el destino. De ahí que nada extrañe que un general republicano como Manuel Pavía, al ver que en 1874 pierde Castelar una moción de confianza y desaparezca así el tercer presidente de la República en poco más de un año, se presente en el Congreso y ordene "desalojar el local". Todo se hace con celeridad y diligencia, eso sí, con ayuda de la Guardia Civil, pese a que los parlamentarios habían jurado con toda solemnidad resistir hasta la muerte. Y viendo Pavía que algunos se descolgaban desde las ventanas y cornisas, les invita a utilizar las puertas de salida: "es más adecuado y seguro".

En definitiva, miles son las intervenciones parlamentarias e infinidad las iniciativas promovidas con mayor o menor fortuna, pero confiemos en que nunca tenga que decir el pueblo español aquello que dijo Estanislao Figueras a sus señorías desde la tribuna al dejar el Gobierno, debido a su permanente obstrucción: ¡estoy de ustedes hasta?!

Y es que, afortunadamente, el Parlamento lo integramos todos.