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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Lo que leo y cómo leo

Confieso que cuanto escribo es consecuencia o está influenciado por lo que leo. Mi última lectura ha sido Exposición personal de Giovanni Papini (Barcelona: Caralt Ed.; 1944. Ed. original: Mostra personale. Brescia: Morcelliana; 1941) y, como consecuencia, es la obra que mayor influjo ejercerá sobre lo que hoy les escribo y probablemente también sobre un próximo suelto -los que ya la han leído me delatarán-. En el citado libro, según el propio autor: "Hay, según quisiera explicar el título, un poco de todo, visiones y efusiones líricas, recuerdos y fantasías, pensamientos cortos y largos, aforismos y caprichos, apuntes e indicios, malicias y fragmentos, anécdotas y pullas, abandonos y meditaciones". Algo parecido, aunque con distancia en mi detrimento, escribo en mis "añadimientos" y otros sueltos a base de un baturrillo de lecturas, curiosidades, recuerdos, reflexiones y citas. Giovanni Papini (Florencia, 1881-1956), autodidacta que llegó a catedrático de literatura italiana, primero en la universidad de Bolonia y después en la de Florencia, fue uno de los escritores italianos más importantes y universales del siglo XX. Desde una posición inicial de agnóstico, anticlerical y escéptico confeso evolucionó hasta ser un fervoroso católico; en palabras de Jorge Luis Borges: "Si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, que alguna vez firmara Gian Falco, historiador de la literatura y poeta, pragmatista y romántico, ateo y después teólogo [?] Hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papini, en la polémica, solía ser sonoro y enfático". En el prólogo del libro citado, titulado Apología del autor, se declara católico que no se guarda de franquear los límites de la "pía mediocridad", expresándolo así: "Tengo el infame vicio de afrontar con la visera alzada las cuestiones más espinosas; tengo el insoportable defecto de conceder más importancia al espíritu que a la letra; tengo la indeleble culpa de proceder de la sima de los réprobos y no del limbo de los tibios, y por ello me soportan mal y soy mal visto por los descendientes de Don Abundio" -Abundio es un personaje popular de la novela Los novios, de Alessandro Manzoni (1785-1873), sacerdote miedoso, pusilánime, de obtusa mentalidad y parapetado en vulgares filosofías-.

Uno lee por dos motivos, para aprender o para disfrutar. Cuando era niño o muy joven -décadas de los 40 a 60 del pasado siglo- leía para aprender lo impuesto en el colegio y el resto, para entretenerme. En las lecturas de diversión no buscaba la calidad, ni de los dibujos ni del guión. Era literatura popular o de consumo y, entre otras muchas, recuerdo ahora las historietas gráficas de Roberto Alcázar y Pedrín. "El intrépido aventurero español" (Ed. Valenciana, 1941-1976) y Aventuras del FBI (Ed. Rollán, 1951-1961), cuyas colecciones completas llegué a tener, cuidadosamente encuadernadas por encargo de mi madre. A éstas se sumarían después, durante mi adolescencia, las novelas del oeste, a las que llamábamos novelas "de a duro" -en consideración a su importe de cinco pesetas de las de entonces-, generalmente ambientadas en los Estados Unidos y en el siglo XIX, de las que tengo en mi memoria, por haber sido mis preferidas, las escritas por Marcial Lafuente Estefanía (Toledo, 1903-Madrid, 1984) y Fidel Prado Duque (Madrid, 1891-1970). Y aquí dos curiosidades. Lafuente llegó a escribir unas 2.600 novelas del oeste y fue considerado el máximo representante de este género en España. Prado fue una de esas personas que hizo de todo: de periodista, biógrafo, guionista radiofónico... y también autor de letras de conocidos cuplés, interpretados por varias cancionistas. Una de ellas, la entonces bella y aclamada Lola Montes, cuyo nombre real era Mercedes Fernández (Madrid, 1898-1983) fue la que en 1921 estrenó en el teatro Vital Aza de Málaga el cuplé El novio de la muerte -con letra de Prado y música de Juan Costa Casals (Barcelona, 1882-1942)- que después las obligadas adaptaciones y tras la intervención del fundador de la Legión, José Millán Astray, se convirtió en el himno de la Legión.

A partir de mi ingreso en la Facultad de Medicina de Santiago, la necesidad de adquirir la formación necesaria me impuso que leyese más para aprender que para disfrutar e ilustrarme en temas ajenos a mi profesión, la medicina. En la actualidad, aun en el ejercicio privado de la pediatría, mis lecturas están prácticamente equilibradas. Papini afirmó que, pasada su juventud, leyó para olvidar. Es verdad que mientras uno lee se dejan de lado problemas, pero nunca lo he hecho con ese objetivo. Desde que escribo de forma habitual para FARO DE VIGO me veo en la obligación aceptada, voluntaria y de buen grado, de leer determinadas materias para luego escribir. Papini afirmó que la lectura con esta finalidad se parecía "al que come solo por la satisfacción de exonerar el vientre". Tal calificación parece excedida, no la comparto y ha de ser interpretada como propia de la ironía del autor. En cualquier caso, siempre que leo, escribo y copio ciertas palabras, vocablos, formas, ritmos y, a veces, párrafos enteros; en unas ocasiones lo hago para mí mismo, en otras para pasárselas a ustedes, naturalmente entrecomilladas y citando la fuente. Papini pontificó: "Para bien entender un gran libro sería preciso transcribirlo todo", es posible que tuviese razón, pero hoy resultaría quimérico.

Los libros son muchos y variados. Las diferencias están en la dimensión del volumen, en la encuadernación, en el tipo y tamaño letra, según facilite o no su lectura y, claro está, en el género y la temática. El que les escribe lo primero que hace es enterarse de quién es el autor, una vez que ya lo ha identificado, en unas ocasiones inicia su lectura con avidez y en otras ni llega abrirlo. Así me sucedió estos días con dos libros, que llegaron a mis manos: El tercer ojo: autobiografía de un lama tibetano (Barcelona: Mundo Actual de Ed.; 1981) y La sabiduría de los antepasados (Barcelona: Ed. Destino, 1972), de los que fue el autor Tuesday Lobsang Rampa. Mis pesquisas fueron muy fáciles. Tal apelativo era el seudónimo literario de Cyril Henry Hoskin (Plympton, Inglaterra, 1910 - Calgary, Canadá, de 1981), que en 1948 cambió su nombre legal a Carl Kuon Suo. El nombre Tuesday (martes en inglés) se lo adjudicó porque los tibetanos de clase alta son nombrados por el día en que nacieron. Lobsang llegó a publicar hasta diecinueve libros, con gran éxito editorial sobre temas diversos como religión, ocultismo, el aura, la vida en el Tíbet o algunos fenómenos paranormales. Así las cosas, averigüé el relato de cuando se presentó a la editorial inglesa Secker and Warburg. Lo hizo vestido de monje budista tibetano, negando su origen y con la pretensión de que publicasen su autobiografía, El tercer ojo, en el que, además de otras estúpidas lindezas, cuenta cómo en un viaje por el mítico Shambhala se encontró con el cuerpo momificado de su anterior encarnación. El informe inicial de la editorial fue negativo. Uno de los dictámenes, el del antropólogo hinduista Agehananada Bharat (Viena, 1923-Nueva York, 1991), afirma: "Las primeras dos páginas me convencieron de que el autor no era tibetano, las siguientes diez de que jamás había estado ni en Tíbet ni en India, y de que no tenía absolutamente ni idea de la menor noción de budismo en cualquiera de sus variantes". A pesar de todo, la editorial entendió que podía ser muy comercial y terminó por publicarlo en 1956. Su triunfo de ventas fue total y le siguieron otras ediciones, reediciones y traducciones, así como nuevas obras. El libro no recoge para nada lo que enseña la tradición hindú, sobre el "Tercer Ojo" u ojo frontal de Shiva. Ni es mi tema, ni me interesa en absoluto. Aún mucho menos me atrae Lobsang que, a fin de cuentas, es la historia de un farsante y de un fraude, por lo que sus dos libros no han sido ni serán abiertos por este escribidor. Y no por ello dejaré de afirmar que tengo la flaqueza de leerlo casi todo: anuncios, programas, fichas técnicas? Todos los que me conocen me habrán oído decir, una y otra vez, que todo está escrito, lo que en realidad no es verdad, queda muchísimo por comunicar.

Ciertos libros, los leo y los releo, con fruición y degustación lenta, tratando de hacerlos míos. Otros textos los trasiego en un periquete -Papini dice: "los trago deprisa u corriendo como una purga". Uno está deseando llegar al final porque no encuentra lo que esperaba en su contenido y el tiempo es fundamental reservarlo para otros volúmenes que nos están esperando. Es por lo que prefiero esos libros que se entienden y pueden ser leídos por capítulos segregados; algunos de ellos porque son ediciones de artículos o relatos publicados inicialmente por separado. Cito entre nuestros paisanos a Julio Camba -¡qué delicia leer su prosa fluida e irónica!--, Vicente Risco, Camilo José Cela o Álvaro Cunqueiro. Del resto de España menciono a Azorín y a José Plá. Sé bien que no son los únicos. Unos cuantos los he leído tantas veces que forman parte de mi manera de hablar o escribir de forma inadvertida, se me han colado como por encanto. De estos dice Papini: "en fin, tan leídos, tan amados, tan familiares, que nos producen la sensación de haber ayudado al autor a escribirlos".

Nunca me salto ni el prólogo ni el índice de ningún libro, porque dan una buena orientación, tanta, que de forma coyuntural es lo único que ojeo. A veces es tan escueto el prefacio que es inútil, y lo echo en falta; pero también sé que es mucha la gente que equivocadamente lo salta. Las notas a pie de página, las citas y textos ajenos y la bibliografía suelen tener tanto interés que, a veces, uno deja el libro original para leerse el texto citado. Antes era la pista que teníamos para juzgar la originalidad del escrito, hoy existen diversas herramientas en internet para detectar el plagio e incluso de donde se ha sustraído la información. Constituyen un recurso obligado en educación y para los tribunales. Citaremos algunas de estas herramientas, de rigurosidad variable y unas de pago y otras gratis: Scan my Essay, PlagScan, DupliChecker, Plag, Google Scholar, Plagtracker, Paper Rater, Dupli Checker, Copyleaks, Quetext, iThenticate, Plagiarism Detect, Plagius, Plagscan, WriteCheck?

Y ya cerca del final de este suelto me queda decirles cómo leo. Lo hago en cualquier sitio, salvo en la cama, pues me resulta incómodo, no puedo tomar notas y me induce el sueño. La lectura en la cama la he limitado a los momentos en que una enfermedad me ha obligado al reposo. Cuando viajo, en tren o en avión, leo hasta que me puede el sueño que me produce el bamboleo del medio de transporte. Muchas, las más, leo sentado a la mesa, lo que me permite usar más de un libro, consultar los diccionarios, la ortografía o la gramática y utilizar de forma simultánea el ordenador o el cuaderno de notas. También leo sentado en una butaca, sobre todo los libros de narrativa. Al leer busco el silencio de la biblioteca familiar y de cuando en cuando leo al aire libre de Boimorto, protegido por la sierra de Martiñá, donde el único ruido es el canto de los pájaros.

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