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De vuelta y media

El entierro de Losada

Pontevedra entera tributó un multitudinario y emocionante adiós en 1929 al buen maestro e insigne galleguista

Si las querencias en vida de las personas contasen por las presencias en sus funerales, Antonio Losada Diéguez fue, sin duda, un hombre apreciado en grado superlativo.

A su muerte, la memoria colectiva de esta vieja ciudad tuvo que remontarse al sentido adiós que tributó seis años antes a José Riestra López, marqués de Riestra, para vislumbrar unas exequias semejantes. Después pasó mucho, mucho tiempo, hasta repetirse otro entierro comparable. Los hombres excepcionales, siempre recordados, no nacen ni mueren todos los días.

El óbito de Losada acopió los detalles necesarios para elaborar sin dificultad alguna la fatídica crónica de una muerte anunciada.

Filgueira Valverde contó que estaba a su lado cuando sintió por primera vez un dolor de estómago que no auguraba nada bueno. Ocurrió durante un viaje a Carballiño en la primavera de 1929. A pie se desplazaron a Pazos, comieron en casa de una amiga de la familia Losada, y luego subieron hasta Moldes. Al concluir su periplo con bastante esfuerzo notó el pinchazo fatal.

Después de guardar cama durante varios días, la prensa de la época informaba a mediados de mayo que Losada estaba "bastante restablecido", tal era el interés despertado por su estado de salud. Probablemente se trataba de una mentira piadosa, puesto que pocas horas después trascendía la operación practicada al enfermo por el doctor Enrique Marescot. Diagnóstico: cáncer.

A partir de entonces, la preocupación por su estado de salud no dejó de aumentar entre la legión de amigos, discípulos y correligionarios, aunque ninguno se rindió a la evidencia. Especial relevancia adquirió el domingo, 14 de julio, una misa cantada por la Coral Polifónica en la capilla del Gran Hospital, "en acción de gracias por su restablecimiento". La Misa de Orlando di Lasso, magnífica pieza del siglo XVI, integró su programa. Y por la tarde, la entidad musical completó el homenaje con una visita a su casa de Domaio.

"De lo que me entristece la tragedia de Antonio Losada no hay para que hablar: es desazón constante". Este comentario tan expresivo trasladó Filgueira Valverde a Sánchez Cantón en septiembre, según su impagable epistolario que acaba de editar el Museo Provincial bajo el título de Cartolatría.

La gravedad de Losada pasó a ser de dominio público; sobre todo, cuando el claustro del Instituto donde impartía su magisterio, acordó que la apertura del nuevo curso el 1 de octubre carecería de "toda solemnidad" en señal de respeto hacia su catedrático. Su estado era irreversible y falleció a las siete de la mañana del día 15 de aquel mismo mes; o sea que mañana se cumplen 89 años de su muerte.

La iglesia de San Bartolomé resultó insuficiente para acoger a todos los asistentes al solemne funeral. No hubo una sola entidad, institución o sociedad de cualquier signo, no ya pontevedresa sino gallega, que no estuviera representada en el interior del templo. Un total de diecinueve sacerdotes ocuparon en el altar, junto a don Lino García, catedrático de Religión, quien ofició el ceremonial, auxiliado por el coadjutor Fares y el capellán Hermo.

Si el funeral resultó multitudinario por la mañana, mayor fue el gentío que por la tarde acompañó el féretro llevado a hombros de sus amigos más cercanos. La prensa de la época testimonió que cuando el cortejo llegaba a la Peregrina, después de recorrer la calle Manuel Quiroga y los Soportales de la Herrería, aún salía gente de la casa mortuoria en la plaza del Teucro.

Una bandera de Galicia traída ex profeso por las Irmandades da Fala de A Coruña envolvió la caja mortuoria y portaron las cintas fúnebres Vicente Risco (Seminario de Estudios), Blanco Porto (Coral Polifónica) José Blein (Sociedad Filarmónica), y Luís Ólves (Instituto de Pontevedra).

Cabeza de León (Universidad de Santiago); Ernesto Caballero y Ramón Sobrino (Instituto); Prudencio Landín (Escuela Normal) Casto Sampedro (Museo Provincial); José Boente (Colegio de Abogados); César Lois (Diputación Provincial), etcétera. Esta página casi se llenaría con los nombres de las instituciones y sus representantes en aquel cortejo multitudinario.

A título personal figuraron en el desfile personas tan relevantes como Antonio Fraguas, Ángel Casal, Antón Villar Ponte, Valentín Paz Andrade, Álvarez Gallego, Bouza Brey, Sebastián González, Constantino Candeira, Víctor Casas, Florentino López Cuevillas y otros muchos amigos llegados de Ourense, Lugo, A Coruña, Santiago, Vigo, Vilagarcía, y A Estrada.

Desde su discrepancia ideológica, Villar Ponte quizá fue quien más se distinguió en el reconocimiento sincero a la obra realizada por el finado. Precisamente él mismo leyó ante su tumba una emotiva cuartilla que FARO reprodujo al día siguiente.

"A representación da Irmandade da Fala de A Coruña -dijo- trai unha presadiña de terra, da terra que acocha as cinzas de Curros, Pondal, Murguía e outros patrianos egrexos, para botala na tumba do bó irmán Losada Diéguez."

El adiós a Losada no acabó la tarde de su entierro en el cementerio de San Mauro. Cada institución allegada al finado organizó luego su propio homenaje o funeral. Y cada amigo con buena pluma tampoco dejó de escribirle algo bonito los días siguientes.

Particularmente majestuoso resultó el funeral gregoriano que el Seminario de Estudos Galegos celebró en el Monasterio de Poio. Además, sus miembros también acordaron la impresión de algunas de las obras de Losada con ilustraciones de Castelao. Pero esto último parece que quedó en una declaración de intenciones que finalmente no pudieron cumplirse.

Igualmente emotivas fueron las misas promovidas por la Polifónica y el Instituto. La iglesia de San Francisco acogió la primera, en donde los miembros de la congregación entonaron el Oficio de Difuntos, en tanto que los integrantes de la coral entonaron el miserere Liberame, Dómine de Casciolini, que ensayaron para una ocasión tan especial.

La prensa gallega publicó sentidos artículos necrológicos. Hasta el diario madrileño El Sol recogió una atinada crónica de su corresponsal en Galicia, Valentín Paz Andrade. Y la revista Nós dedicó a Losada un magnífico número extraordinario.

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