A mi sobrina de cuatro años y pico le fascinan, supongo, las mismas cosas que a la mayoría de niñas de su edad. Solo me hacen gracia cuando las encarna ella, con su cuerpo diminuto, una mueca bromista y sus ojos de gato. Son detalles insignificantes que provocan un efecto descomunal. Una tontería aparente que es el único catalizador de una sonrisa. Como cuando se refiere a su madre en la mesa, delante de mí, con un "dice tu hermana Paula". O cuando, en el escenario gigantesco de la cocina, baila y canta un reguetón ante nosotros solos, su público VIP, dulcificando las frases rudas de los autores y adaptando algunas ideas a su registro, casi a la manera de El Príncipe Gitano con el In the ghetto de Elvis: "Dame el alcohol, que quita el olor (sic), vamo-a-juntá la luna y el sol", entona a su modo. Ya quisiera Enrique Iglesias cautivar así.

A ver, que también suelta un carallo a veces, y menos mal, aunque caro nos cueste tener que afear la palabrota sin que nos desborde la risa. Al final lo que más importa es lo que dijo Stephen Hawking, probablemente en su mejor teoría: "El universo no sería gran cosa si no fuera hogar de la gente a la que amas". La semana pasada llegó del colegio, un día, con la euforia posterior a haber alcanzado una cima. "¡Ya sé leer, ya sé leer, ya sé!", gritó. Había superado una frase compleja con el empuje de su profesora. En esencia, el éxito reside en estrechar algún día la distancia con las metas que nos parecieron inalcanzables. A cada uno en su medida.

Para mi sobrina, por ahora, el reto es llevar una oración del cuaderno a la boca. Para mí puede ser escribir un buen párrafo. Para Händel, que dominaba todos los géneros musicales de principios del siglo XVIII, supuso el summum alcanzar su obra maestra, "El Mesías", tras una apoplejía y problemas económicos. Cuando terminó la partitura en muy pocas semanas, observó el resultado y dijo: "Me pareció haber visto el rostro de Dios".

No existen límites para los talentos geniales, que hacen todo de manera desmesurada. Carlos Núñez (Vigo, 1971) siempre ha ampliado los márgenes. "Recuerdo cuando no era más que un chiquillo, un crío imberbe pirrado por todos aquellos grandes músicos. Absorbiéndolo todo", contó Miles Davis en su autobiografía. Justo en ese momento, con 12 años, el pequeño Carlos Núñez se subió al escenario junto a la Orquesta Sinfónica de Lorient. Antes de despegar su carrera en solitario ya se había convertido en el séptimo chieftain.

El gaiteiro más internacional de Galicia, a quien The Guardian llegó a comparar con John Coltrane o Jimi Hendrix, lleva años tendiendo cabos más allá de la influencia consabida. Es el embajador en todo el planeta de la música celta, un músico con intención, un intérprete y un etnógrafo.

Nunca ha desaprovechado un disco ni ninguna de sus giras intensivas por el globo para profundizar en el parentesco de los sonidos y en los porqués de la historia. "La música gallega es el resultado de cómo somos nosotros. Y nuestra historia es clarísima: nos mezclamos. En Galicia están estas autopistas, eses fíos máxicos como dice Manuel Rivas, que nos unen con Irlanda, Escocia, Portugal, Brasil, incluso con el flamenco. Todos eses mundos somos nosotros", me dijo en una entrevista con este periódico en 2010.

De su primer disco, A irmandade das estrelas (1996), es Canto de afiador, una de las muestras tradicionales que recopiló el musicólogo Alan Lomax y que, antes de Carlos, recuperaron otros grandes artistas que no dejaron de explorar, como Miles Davis. Núñez extrajo de una investigación por Brasil mucho más que el detallista acabado de un álbum perfecto, Alborada do Brasil (2010). Carlos, en su constante resolución de incógnitas, fue tras un enigma. Persiguió de manera obstinada la historia de su bisabuelo, un emigrante del que no se supo más hasta que el gaitero descubrió el eslabón perdido de una doble vida: Maxixe de Ferro, un enigmático hallazgo en forma de canción firmada por un más que sospechoso Jose Maria Nunes en los años cuarenta de la Belle Époque brasileña.

En el documental en el que explica el proceso creativo del disco, Brasil Somos Nós, Carlos Núñez lleva una muiñeira de improviso a un geriátrico de gallegos emigrantes que dejaron la tierra hace tanto que la llevan viva muy dentro, en una herida dulce pero dolorosa, eterna, que aún supura. Con las primeras notas empezaron a brotar los llantos, una lluvia gallega allende el mar. "Lo que llevo aprendido es que lo más universal que tenemos es la fuerza de esa Galicia milenaria. Ojalá seamos conscientes de esa riqueza que tenemos y, algún día, de valorarla", defendía en aquella charla de 2010.

La carrera de Carlos Núñez se ha caracterizado por tender puentes, con el flamenco, con el rock, con la tradición folclórica y con las músicas medievales olvidadas. Y por vincular culturas transoceánicas, demostrando que el Atlántico no solo es una inmensa huida, sino un canal de comunicación y Galicia, una fuente de sonidos con potencial para ser exportados al mundo. "Hasta el trap, con ese ritmo ternario, tiene algo en común con algo tan nuestro como la muiñeira (...) Podemos vender desde Galicia más que el Camino de Santiago", expresó el artista hace pocos días en una entrevista en Radio Vigo de la Cadena SER .

La editorial Espasa editó en septiembre "La hermandad de los celtas", un extenso ensayo que ocupó al artista más de tres años. "Necesitaba hacer este libro", afirma. A lo largo de 552 páginas, valiéndose del criterio de un gran número de expertos de distintas disciplinas -músicos, historiadores, cronistas o antropólogos-, Carlos Núñez se pone en el papel de divulgador de una causa que reivindica la tradición milenaria de lo celta, su enorme influencia y el olvido al que España ha sometido a una cultura propia y universal.

"Hay elementos posiblemente en las melodías de la época de los celtas: las liras y arpas. Son músicas que vienen de hace miles de años, seguían activas en la Edad Media y hoy las encontramos en el pop británico, en el rock... A veces me preguntan por qué el heavy metal suena a cantigas medievales o la música pop británica a celta, mientras que el pop español no. Los ingleses recuperaron en América, con el country, el blues o el rock, las raíces celtas de las islas británicas que el imperio y la industrialización les habían empujado a abandonar, y mezcladas con un componente africano. El Reino Unido recuperó sus raíces modernizadas, mientras en España no ocurrió (...) A partir de los años ochenta se produjo una especie de modernidad mal entendida y obsesiva, en la que España escapó de sus tradiciones (...) La música celta podría ser la mejor etiqueta posible para alguien que toca la gaita en Mallorca, o la dulzaina en Burgos. Galicia es la hermana mayor de este movimiento y tiene que estar", explicó el vigués a la periodista Elena Ocampo, en una reciente entrevista en este diario.

El afán de Carlos de estrechar las distancias, de superar las complejidades que antes parecían imposibles, lo lleva de cima en cima.