Uno de los datos más llamativos, al menos desde un punto de vista personal, de cuantos -juntos- han dado en llamarse "precampaña electoral", es que parecen haber convertido los términos de su desarrollo. Y así, lo que antes se llamaba un sprint en el argot ciclista, y que aplicado a la política significaba un arreón para obtener un premio o ganar una votación, y que se ejecutaba en tramos concretos o casi en la meta, ahora se practica a la salida, nada más conocerse la fecha de los comicios. Y lo demuestran algunas actitudes típicas de la época.

Lo curioso, si se permite la observación, es que la práctica totalidad de los oradores que ya aparecen por doquier se ha olvidado de guardar las formas y prescinde de la prudencia más elemental. De modo que olvidan el respeto a las formas cuando ofrecen sus mercancías para lograr votos, diagnosticar los males de las villas o ciudades y también de presentar remedios. Aparte de que, como es habitual, ninguno de los predicadores ve mérito de alguna clase en las tareas de sus adversarios, lo que debería significar que el sistema es un caos. Y no tanto, claro.

Como suele decirse, para muestra basta un botón, pero tratándose de tan amplio abanico de recientes ejemplos, pueden citarse seguramente los más significativos para determinar cuán poco importa a los dirigentes las apariencias o simplemente la verdad. Y empezando por el más importante y significativo, hay que al señor presidente Feijóo que, en Ourense y al presentar a su candidato a esa alcaldía dijo que "la Xunta será su aliada". Olvidando que el equipo que dirige debería ser aliado de gallegos/as sin distinción, porque gobierna para todos.

La afirmación, que no es exclusiva de su señoría -ni práctica única del PP: véase la política de Pedro Sánchez- se entiende, y acaso se pueda explicar, en un momento de euforia propagandística en favor del candidato de su partido, pero no conviene olvidar las formas institucionales ni siquiera en un mitin. Entre otras razones porque es el mejor modo para legitimar las protestas propias cuando se estima que, por ejemplo y como queda dicho, otro gobierno prioriza sus atenciones para sus partidarios olvidando con injusticia a los opositores.

Así las cosas, y por más que haya quien se empeñe en que "en el amor y en las elecciones todo vale", es más cierto que existen reglas de ética y estética públicas que no se pueden olvidar. Y en ese sentido, la distorsión de la realidad, o la simple falsedad, es rechazable, sea quien sea el que la protagonice. Por ejemplo cuando el secretario general del PSdeG asegura que los municipios gallegos, todos menos los gobernados por el centroderecha, son modelos de estabilidad política y coherencia ideológica, ha de ser consciente de que eso no verdad. Y que quien lo oiga, o lo lea, sabe que "tapar" los chanchullos podría considerarse cómplice, por más que los perpetren socios o aliados. Y ya hablarán los electores para poner los puntos sobre las íes.

¿Eh??