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Ceferino de Blas.

Lecciones de la exposición Verne

El éxito de la exposición sobre Julio Verne, que se celebra en el Museo de Arte Contemporáneo de Vigo, y que ha sido prolongada por la demanda ciudadana, da pie a reflexiones, que sin duda comparten más vigueses.

El primer motivo es el interés que despierta el escritor francés, tan vinculado a la ciudad por su obra "Veinte mil leguas de viaje submarino", en la que resalta el episodio de los tesoros de Rande y su búsqueda por los buzos del Nautilus. Una novela que debería ser de lectura obligada en todas las escuelas de la ría.

El interés se ha acrecentado desde que se le ha erigido una estatua en Las Avenidas, de las más queridas y fotografiadas, que por su estructura se presta a que niños y mayores se encaramen en ella, como si fuera un elemento lúdico de un parque infantil.

La escultura, y distintas razones, dan lugar a que muchos sepan que el novelista recaló dos veces en Vigo, y en una de ellas participó en las fiestas, se sintió admirado, lo pasó bien e incluso entabló amistades.

Estos y otros detalles suelen contárselos los vigueses a los forasteros cuando pasan junto a la estatua. Lo hacen ufanos, y sintiéndose partícipes del universo verniano.

No es extraño que, desde hace años, un grupo de vigueses, la mayoría aficionados a la historia, y todos implicados en el mundo verniano, hayan creado una asociación muy activa, que es la que ha organizado la exposición "Julio Verne: os límites de la imaginación".

Las actividades paralelas que se desarrollan, al socaire de la figura del escritor, dan una pista de lo que puede hacerse en materia turístico-cultural, y que debería ser aprovechado al límite.

Por ejemplo, el reciente recorrido verniano por la ciudad, que condujo la escritora, y especialista en el personaje, Ledicia Costas, y siguió un grupo de gente interesada.

Vigo es terreno abonado para recorridos literarios, sin necesidad de estrujarse la imaginación, porque son numerosos los personajes que lo visitaron o lo habitaron.

Otro ejemplo es Concepción Arenal, sobre la que acaba de publicar la biografía definitiva la profesora Anna Caballé, que luce fresca en las librerías. La pensadora habitó en sus últimos años y murió en Vigo, donde quedan sus huellas para otro paseo cultural.

Pero volviendo a Verne, es preciso insistir en la importancia del personaje y el tirón que ejerce. Casi tanto como sus temas narrativos, donde la capacidad de anticiparse al futuro es impresionante. Pocos autores de ciencia ficción, si existe alguno, pueden comparársele.

Por todas estas causas, y otras muchas, puede concluirse que la exposición de Julio Verne esté teniendo un éxito como pocas. Lo que justifica su continuidad ante la falta de alternativas.

Eso nos lleva a otra conclusión: El Marco debe ser transformado. Queda reflejado que el tirón verniano es extraordinario, pero de haberse celebrado la exposición en otro escenario, como el Museo del Mar, que parecería nominalmente más apropiado -el Nautilus, Verne llegando a Vigo por mar-, el resultado habría sido inferior.

Eso significa que el contenido determina la repercusión del continente, es decir, del Museo.

No se trata de vanos prestigios, de mantener un espacio de arte contemporáneo por el prurito de poseerlo y demostrar discutibles supremacías estéticas, sino de que el museo central de la ciudad sea el lugar para las exposiciones más atractivas, y albergar las obras y objetos de arte de más calidad que existen, por lo que debe cambiar ya de objetivo.

Piezas valiosas del Museo de Castrelos, de la Colección Afundación, y cuanta plástica de relieve haya en la ciudad -además de una sala de exposiciones de ininterrumpida actividad-, deberían ocupar la vida del Marco. Multiplicaría las visitas de propios y foráneos, y los cruceristas sabrían adónde ir.

Si se quiere preservar el legítimo sueño de un espacio de arte contemporáneo, trasládese al Verbum o a otro sitio más adecuado.

A estas alturas, no se pude mantener un nombre -es lo que es el Marco desde hace tiempo-, por el hecho de repetir que en Vigo habita desde siempre una colonia contemporánea y vanguardista, sume lo que sume, siempre minoritaria.

O argüir con la excusa de que se celebran muchas actividades paralelas, que no hay inconveniente en que prosigan en el nuevo Marco.

Los hechos vuelven a imponerse a los argumentos.

Lo demuestra la exposición Verne, y otras que ha habido -la de fotografías de Virxilio Viéitez-, que son las que han multiplicado el público cuando el museo se ha abierto a ellas. Y, por supuesto, no han desmerecido la calidad exigible.

Aunque el meritísimo grupo de defensores del Marco quiera mantenerlo, y donde está, la experiencia de tantos años parece disuasiva.

Los subterfugios estatutarios que se emplean para mantenerlo no tienen razón. Están retrasando un buen proyecto. No hay porqué imponer gustos a nadie.

El arte, como la poesía para la inmensa minoría, es respetable, siempre que no excluya a la inmensa mayoría que gustaría de otros contenidos estéticos en lo que es el espacio central de la ciudad.

Es evidente. Sin necesidad de apelar a argumentos democráticos -improcedentes en este caso-, de una consulta popular sobre instalar un Museo de la Ciudad en lugar del actual, que arrojaría un resultado apabullante.

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