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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La trampa

Comprobado y ratificado del desafío soberanista ante el nuevo Gobierno y su pintoresca red de apoyos -en la que aparece el exetarra Otegi, la neofascista Liga Norte italiana, el ultraderechismo flamenco o, entre otros, el vínculo sentimental de los gallegos BNG y EM- no son pocos los convencidos de que ése no es ya sólo un problema español, sino europeo. Y que tiene cada vez difícil solución mientras se afronte --en cualquier dirección- con timidez o desde la fórmula tradicional de los gobiernos democráticos que aquí son o han sido: aplicar un antiinflamatorio a base de monedas de curso legal.

Viene a cuento la incursión en asuntos colaterales -en apariencia: en la práctica tocan de lleno a este Reino- porque su dificultad provoca la sensación general de que está dicho todo lo razonable, y de ahí el riesgo de las ocurrencias. O el de tirar por la calle de enmedio y reclamar las medidas más drásticas posibles en el marco constitucional, que son la re/aplicación del artículo 155 pero ahora "a machete". Y no hay respuesta ni al mal ni al remedio, y esa ausencia está produciendo eso otro, la ocurrencia, que sólo aporta más confusión. O malos entendidos.

Eso parece, al menos desde el punto de vista de quien lo afirma, una reciente opinión del vapuleado presidente Sánchez señalando el riesgo de que si los independentistas persisten en su actitud, se corre el riesgo de "resucitar a la ultraderecha en España". Parece verisímil si se atiende a lo que pasa -por un lado y por otro- en media Europa con los nacional-populismos, pero podría ocultar también una trampa dialéctica: la de incluir entre esos "ultras" a una aparente mayoría de los que, en toda España -incluidas Cataluña y Galicia- rechazan la posibilidad de que, forzando la Constitución o adaptándola ad hoc, el soberanismo se salga con la suya.

Se reitera la cita a Galicia, porque aquí -si bien es muy minoritario el planteamiento político de los partidos autodeterministas-, su relativa estabilidad electoral al menos en términos demoscópicos, e incluso una leve tendencia al alza por ejemplo en el BNG, puede significar que si no es asunto de hoy quizá lo sea de un mañana más o menos cercano. Y, en consecuencia, cerrar los ojos ante esa eventualidad no sólo resultaría remedio del todo ineficaz, sino ejemplo de cómo las mayorías pueden dejar de serlo cuando se descuidan.

Dicho todo ello, y aunque no debería ser necesaria mayor explicación, quizá proceda algún matiz. Lo que se opina no significa en modo alguno prohibir el pensamiento o el sentimiento, sino procurar que uno y otro se sustenten sobre la realidad, la actual y la histórica. Una realidad que puede variar, pero no de repente, salvo que se distorsione con expectativas irreales inmediatas o programas imposibles. Por eso es tan importante que la educación, la cultura, los precedentes y sus orígenes, y la influencia del entorno en el que Galicia se enmarca, se ejerzan y se expliquen sin sectarismos y sobre todo sin falsedades. Y, por cierto, que sea así debe controlarse no por los partidos no desde la polémica, sino desde el sentido de lo común. Sin prohibir que cada cual piense o sienta lo que quiera pero cuidando de que la ley democrática, que a todos iguala, se cumpla también por todos. Ese es el secreto de la convivencia en libertad.

¿No??

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