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Ceferino de Blas.

Más sobre Morrazo y Miñor

Contaba Gonzalo Torrente Ballester que la época en que más realizado se sintió como articulista fue cuando vivió en Pontevedra y publicaba los "A Modo" en este periódico. Ocurrió entre 1964 y 1967, y dirigieron el diario, sucesivamente, Manuel Cerezales, que fue quien lo fichó, y Álvaro Cunqueiro, con el que siguió hasta que marchó a Estados Unidos, contratado como profesor.

A su regreso, tras un breve paso por un instituto madrileño, fijó su residencia en Vigo, hasta que en los setenta se trasladó, definitivamente, a Salamanca.

Torrente explicaba a un grupo de amigos, que se habían reunido en Baiona para celebrar el treinta aniversario del inicio de la sección "A modo", que aquella etapa había sido la más gratificante como columnista, porque mantenía el contacto directo con el público.

No solo sostuvo vivas polémicas con opositores, como las que libró sobre el Concilio Vaticano II, del que escribió varios artículos, sino que sus opiniones las comentaba con los lectores, en la calle, los cafés o el instituto.

No le había ocurrido antes, y no le volvería a suceder, cuando comenzó a colaborar en ABC, en su tiempo el más leído de la prensa española.

Los columnistas no son mentes pensantes, encaramados en el hiperuranio de las ideas, sino interesados en lo que piensa el público, del que toman las referencias para devolvérselas en forma de columnas. Por lo que experimentan una especial satisfacción cuando reciben comentarios directos.

Si son positivos, mejor, pero incluso si son negativos se sienten halagados, por un extraño masoquismo, ya que es la demostración de que aquello de lo que se ocupan interesa a la gente. Aunque discrepen.

Suele ocurrir cuando se tratan asuntos que pueden calificarse de "avisperos". Es decir, aquellos que están aletargados, más que por falta de interés, por la pasión que encubren.

En su interior anida un colosal enjambre que, en cuanto se remueve, pone en acción a todo el avispero, que puede causar dolorosas picaduras.

Hay ejemplos significativos, porque los temas son consistentes, y mejor no remover el avispero, y los hay menores, aunque llamativos. Uno de estos es el precedente artículo sobre los veraneos en Morrazo y Miñor, a los que tan afectos son los vigueses, que ha suscitado no pocos comentarios que llegaron al autor, algunos en forma de quejas.

Tomemos tres ejemplos. No sin antes decir que viene al caso por la prolongación del verano, en este septiembre magnífico de luz y sol.

La crítica más consistente es que había que mojarse. Entre la disyuntiva de optar por el Morrazo o el Miñor, había que decantarse y no nadar entre dos aguas. La neutralidad es contemporizar y no aclarar, que es lo que espera el lector. El columnista debe huir de la ambigüedad. Quien se atreve a opinar debe decir qué es preferible para que el receptor pueda decidir con los argumentos que se le proporcionen.

Otro interpelante discrepaba sobre los ejemplos sociológicos que aludían a los visitantes del Miñor, como glamourosos, frente a los más populares del Morrazo .

Matizaba el autor, persona muy viajada y leída, que a los del Miñor les gusta hacer relaciones sociales. Van y están allí para verse y que los vean.

Mientras las relaciones en el Morrazo tienen menos de exhibición. Prima la autenticidad sobre las apariencias.

En cuanto a lo del glamour miñorano, como contradistinto al estilo del Morrazo, tampoco queda claro, desde el momento en que fue Cangas la que atrajo a Carmen Laforet, cuando veraneó en Galicia en los años 1962 y 63. La escritora fue feliz a la vera de Rodeira, donde escribió su última gran novela.

Por cierto, después de "La insolación", redactada al rumor de las olas de Cangas, no volvió a publicar ninguna obra larga, pese a estar en la cresta de la ola, y mantener aquella misteriosa relación con J. Sender tras el primer viaje americano, del que salió en barco desde Vigo. Conexión que se conoció hace pocos años tras la publicación del epistolario.

¡Qué persona más enigmática y glamourosa que la autora de "Nada" para elegir lugar de veraneo en la ría de Vigo! Por cierto, la acompañaron, además de su larga prole, otras dos escritoras. El primer año, Mercedes Formica, y al siguiente, Rosa María Cajal.

La tercera crítica fue por no insistir a la naviera Mar de Ons a que amplíe el horario nocturno de verano, y ponga los fines de semana barcos hasta la una de la mañana. Al menos, cada hora. Dicho queda.

El cúmulo de opiniones sobre el anterior artículo demuestra que el debate sobre si Miñor o Morrazo sigue vivo, y es raro que se dirima, porque siempre habrá opiniones, por fortuna plurales, que ni en materia de gustos veraniegos es deseable el pensamiento único.

Dicho lo cual, puestos a aclararse, y a mojarse, ¿cuál es la opinión del autor del artículo sobre Morrazo o Miñor, si a alguien interesa? Sencillamente la que marcan los hechos: desde hace dos décadas ha elegido como segunda residencia Cangas. Es lo que importa, ya que contra los hechos no valen argumentos.

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