Los cambios sociales se están produciendo a velocidad acelerada. Inteligencia artificial, robótica, flujos migratorios masivos, aumento de la esperanza de vida, cambio climático? Cualquiera de ellos da para ilimitada investigación y prognosis. Y cuando los hacemos interactuar, el futuro da vértigo. Aun así, debemos esforzarnos para tomar hoy decisiones que sean acertadas vistas desde el futuro. De forma parcial y fragmentaria, en esta columna me voy a referir al incremento de la esperanza de vida. En el gráfico adjunto hago un sencillo ejercicio de simulación proyectando hasta 2050 lo que hemos visto entre 2000 y 2016. la línea central sería la predicción media y las laterales marcarían un intervalo de confianza razonable. Por tanto, en estos cálculos se dejan al margen el efecto de posibles avances rupturistas en el tratamiento de enfermedades (que, seguramente, los habrá en las próximas tres décadas) o de catástrofes de todo tipo.
En síntesis, en el año 2000 la esperanza de vida estaba en casi 80 años, en 2016 se acercaba a 83 y en 2050 superaría los 90; y se iría por encima de 92 para las mujeres. Los centenarios dejarán de ser excepcionales. Esto es una maravillosa noticia para los que nos gusta la vida. Pero no hay que perder de vista sus implicaciones agregadas. Con los parámetros de los Estados del Bienestar actuales (edad a la que se acaba en el sistema educativo, edad media de jubilación efectiva, amplia cobertura de prestaciones sanitarias en un Mundo con una elevada innovación tecnológica en el ámbito sanitario, generoso sistema de pensiones?), me temo que los números no van a dar. Tendremos que tomar decisiones no siempre agradables. Habrá que pensar en jubilarse más tarde o ajustar la generosidad del Estado del Bienestar, por más que consigamos incrementar la partida de ingresos públicos. El Mundo muta. Nuestras expectativas y planes deberán hacerlo también.
*Director de GEN (Universidad de Vigo)
