Antes se les llamaba traviesos, revoltosos, trastos. Hoy son diagnosticados como enfermos del Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad. Estoy seguro de que, de haber nacido unos años más tarde, me hubieran medicado con altas dosis de anfetaminas para frenar aquella inquietud de torbellino atropellado y torpe, que me provocó incontables heridas, causó destrozos en cuanto tocaba y que me ha dejado cicatrices visibles aún tantos años después. Hoy, que soy yo el padre de un TDHA, no entiendo cómo mis progenitores sobrevivieron a mis terremotos sin más armas que métodos naturales que en el presente serían severamente condenados.

Todos tenemos un hijo o un sobrino víctima del trastorno de nuestra época. Es más, la mayoría de los adultos, la mayoría de la sociedad, es víctima del déficit de atención. Se puede ver a simple vista. Saltamos de una cosa a otra sin despeinarnos, del Twitter al correo, de una pantalla a otra, de una conversación a otra, sin permanecer ni un minuto centrados en algo concreto. Mucho picoteo y poca sustancia que llevan primero al fracaso escolar y, después, a la amplia gama de fracasos que ofrece la vida.

Nuestra profesión, el periodismo, fomenta el mal. Patrick Soon-Shiongm pese a ser un recién llegado al negocio a través de "Los Ángeles Times", ya lo ha detectado. "Las noticias y la información del tamaño de una picadura de mosquito -asegura- empeoran los trastornos de déficit de atención, especialmente entre los jóvenes". "Es un fenómeno adictivo -añade-. Se proporcionan al lector fragmentos breves, pequeños párrafos, tuits, lo que hace que sea imposible separar información verdadera, la información imparcial, de lo que se considera noticias falsas". En fin, lo que siempre ha pasado en la historia: muchas consignas breves para que el ciudadano piense lo imprescindible.

Aunque tendemos a considerarnos adanes, los primeros seres sobre la tierra, ese problema ya lo padecieron otros antes de nosotros. Y así lo hace ver Gregorio Luri en "El deber moral de ser inteligente" (Plataforma Editorial, 2018). El filósofo y pedagogo navarro sostiene que el mayor reto de los profesores es educar la atención, que define con precisión como "la llave de acceso a nuestra inteligencia".

Nos remonta nada menos que a Jaime Balmes, intelectual capital del XIX hoy denostado por la cultura dominante. Estas palabras suyas parecen dirigidas a la sociedad presente: "Un espíritu atento multiplica sus fuerzas de una manera increíble; aprovecha el tiempo, atesorando siempre un caudal de ideas; las percibe con más claridad y exactitud; y finalmente las recuerda con más facilidad, a causa de que, con la continuada atención, estas se van colocando naturalmente en la cabeza de una manera ordenada".

Atención más aprovechamiento del tiempo, más caudal de ideas, más claridad, más exactitud igual a cabeza amueblada. El denostado Balmes -por decimonónico, santurrón y, por supuesto, franquista antes de Franco- dio con la fórmula a un problema que hoy, casi dos siglos después, somos incapaces de resolver.

La atención tiene mucho que ver con la memoria, tan castigada en las últimas décadas. Como ya no necesitamos memorizar nada -todo está en Google, dicen- no prestamos atención a nada. Hemos denostado todo lo que evocara aprenderse los nombres de los reyes godos, los de los ríos y cordilleras de España o la tabla de multiplicar. Loros y papagayos nos llamaban, Y ahora, claro, somos incapaces de aprendernos una poesía de memoria y a lo sumo recitamos un verso y ahí nos quedamos: "Del salón en el ángulo oscuro, Con cien cañones por banda, Caminante no hay camino".

Decía hace unas semanas el escritor y filósofo Ignacio Gómez de Liaño que "un saber que no está en la memoria es solo espejismo". Y así, nos valemos de espejismos, de ideas preconcebidas, de tópicos asumidos, de mentiras machaconamente repetidas hasta convertirlas en verdad oficial, para construir a nuestro antojo una memoria histórica, como si hubiera alguna memoria que no se refiera a la historia. Ya saben aquello de Orwell, convertido también en tópico de tanto usarlo: "Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro". Averigüe quién controla el presente y tendrá todas las respuestas.