Ni a Pablo Casado ni a Cristina Cifuentes les votaron porque en su currículo constara un máster universitario más o menos. Que Pedro Sánchez llegara a presidente del Gobierno tiene poco que ver con su tesis doctoral sobre la diplomacia económica de no se qué años. A un político estos títulos le sirven para encontrar colocación en la universidad cuando abandona o es abandonado por la política. Pero el descubrimiento de que a Cifuentes, Casado o la ministra Montón les puede haber regalado el máster un instituto universitario de lo más sospechoso ya ha costado el cargo a dos de ellos y proyecta grandes sombras sobre el tercero. Y Sánchez ha decidido colgar su tesis en internet para que cualquier curioso se entretenga en buscar pruebas de plagio. Tal como van las cosas la acumulación de títulos será un inconveniente, y no una ventaja, para entrar en política.

Asistimos a un golpe de péndulo. Durante décadas en España la corrupción ha sido asumida como algo normal, como parte del paisaje. Se asumía el tópico de la cultura política italiana según el cual, si no fuera por los atajos oscuros y su efecto lubricante, la máquina enorme y anquilosada de las administraciones lo paralizaría todo. Ahora, en cambio, estamos en el paradigma germano, donde el puritanismo hace que los ministros dimitan por un fragmento de tesis plagiada. ¿Cómo hemos saltado los Alpes de este modo? Por dos razones. Una, que corruptores y corruptos hicieron raya. El otro, que la Gran Recesión nos ha dejado la piel muy enrojecida. El lamentable espectáculo de Mariano Rajoy, indiferente ante los escándalos que le rodeaban por todas partes, ha completado el viaje ciudadano a la hipersensibilidad.

La caída de Rajoy fue aplaudida por cuestiones más morales que políticas, y se esperaba que daría paso a una era de máxima exigencia, con políticos de trayectoria inmaculada. Pero los partidos tienen la gente que tienen, y las plantas superiores de las estructuras son habitadas por unos cuadros que han escalado durante las décadas pecaminosas, cuando los aprobados regalados eran rutinarios y no aceptarlos se consideraba una memez. Si pasan todos por el tamiz fino, tendrán disgustos. Pero les conviene hacerlo desde dentro antes de que se lo hagan desde fuera. El PSOE, que gobierna porque Rajoy nadaba en porquería, hará bien en someter a todos sus cargos, públicos e internos, al más implacable de los escrutinios.