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Hace solo unos meses, Soraya Saénz de Santamaría era la mujer más poderosa de España. Tal vez la persona del país que más información privilegiada tenía. Ahora es un ser en excedencia, una ex, un nada, un cero a la extrema izquierda, dos años por delante con incompatilidades, una posibilidad tal vez de un ocho a tres en una oficina de la Abogacía del Estado. Gutiérrez, páseme este expendiente a limpio. Tertuliana quizás. Adiós al móvil que no deja de sonar, al coche oficial, a las adulaciones y al control absoluto. Sorpresas te da la vida. Giros inesperados. Hay analistas que dicen que ha pagado no tener ideología. Más bien parece que llegó tan alto por no tenerla.

España va creando ya un club de exvicepresidentas en el que tarde o temprano entrará Carmen Calvo, que pareciera avinagrarse por momentos, y en el que además de Soraya está también María Teresa Fernández de la Vega, mujer fuerte del Gobierno de Zapatero. Si es que decir mujer fuerte no es un pleonasmo. Me la imagino, a María Teresa, poniéndose en casa, en tardes domingueras melancólicas, los telediarios grabados de su época en el poder, en los que su nombre salía varias veces. Lágrimas. La leyenda y los locutores de derechas proclamaban que Soraya tenía dossieres sobre todo el mundo y que eso la hacía imbatible. Al final no le han valido de mucho. Los dosieres, no los locutores.

Nótese que le ha ganado un tipo (Casado) con un dudoso máster al que ella podría haber derribado como a Cifuentes si hubiera podido. Pero ha podido más él, simplemente presentándose como más facha, más joven y más aznarista. Sí, ciertamente son tres atributos o deleznables o coyunturales. O sea, ninguno de mérito. Como sí sería por ejemplo sacar una oposición, cosa que hizo Soraya.

En política lo importante no es ser el mejor o el más listo o el más estudioso y con más títulos. A la vista está. Lo importante es que la gente te prefiera. Bueno, eso también pasa en las empresas. Conocí hace años a Soraya Sáenz de Santamaría, cuando acudió al plató de una televisión que yo dirigí. Fue cálida, amable, cercana y nos contó cosas de su juventud en Valladolid. Vestido azul. Un asesor, dos escoltas, tres pelotas. Luego, en la entrevista propiamente dicha no rehusó ninguna pregunta. Uno debería tomar notas de estos encuentros por ver si pasados los años los recuerdos y vivencias de periodista pudieran tomar cuerpo como libro. No vaya a ser que luego solo nos acordemos de los cafés con pazguatos ediles, las meriendas con comecuras, las cuchipandas con cagatintas o los lametazos de tiralevitas.

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