Viene de antiguo la disputa entre los vigueses de si es mejor el Morrazo o el Miñor para el veraneo. Nunca se ha disipado del todo ni aclarado la discusión, pero este año se ha reavivado.

Ha habido buen tiempo, las comunicaciones son cada vez mejores y la crisis no ha apretado tanto, a pesar del subidón del gasoil. Por lo que la gente no ha quedado en casa y se ha instalado o ha viajado a diario a uno u otro lado de la ría.

Aunque a los foráneos les resulte una cuestión bizantina, entre los vigueses parece natural elegir una de las dos comarcas limítrofes para pasar el verano, los quince días o el mes de vacaciones.

Los turistas, que no disfrutan a diario del incomparable escenario del mar vigués, no sólo aprecian los alojamientos en la ciudad, sino que la viven a tope. ¡Quién les diera poder venir a Vigo cada año y disfrutar de Samil, sin plantearse si es mejor que Rodeira o Playa América, sin necesidad de merodear por las playas insuperables del Morrazo o el Miñor¡

Pero la gente de casa es más exigente y gusta mantener las tradiciones de diferenciar entre el verano y el resto del año. Por eso, son muchos los que alquilan una casita o tienen segunda vivienda en una de las dos comarcas.

¿Pero en qué radica la discusión? En términos sociológicos, veranear en uno u otro lado se ha convertido en un signo de identidad. Es como haberse abonado a un club deportivo o adscrito a un partido político, porque las comarcas tienen su impronta.

Los que eligen el Miñor, ya sea Nigrán y sus parroquias o Baiona, y las suyas, presumen de glamour y un toque de distinción.

Mientras los que optan por el Morrazo se adecúan más a los gustos populares, sin fijarse tanto en las apariencias.

Vigo, por razones de orografía siempre se ha sentido más ligado al Miñor, que no deja de ser una prolongación del territorio. Aunque esa relación sea exclusivamente territorial.

Porque la clave siempre ha estado en las comunicaciones y el transporte entre Vigo y las otras localidades, ría o no, por medio.

El viaje Vigo-Baiona ha sido objeto de excelentes descripciones literarias. Entre las más conocidas está la de José María Posada Pereira "Un paseo de Vigo a Baiona" (1866). Pero la enorme belleza del recorrido ha invitado a plasmarlo a viajeros extranjeros, como Aubrey F.G. Bell "Galicia vista por un inglés", en el pasado siglo.

¡Por la costa, con la compañía de las Cíes al fondo, es un viaje maravilloso!

Pero la estética del paisaje no facilitaba las comunicaciones, que no se modernizaron hasta que se instaló el tranvía en Vigo (1914), y se planteó la necesidad de construir una línea hasta Baiona.

De su existencia dan cuenta las históricas estaciones que sobrevivieron a la desaparición del tranvía, y que no se deberían perder.

También por razones orográficas, las conexiones con el Morrazo han sido más complicadas, aunque los paisajes no son menos increíbles. Pero la interrelación con Vigo no fue tan fluida.

Hubo un tiempo, en el auge del tranvía, en que se comentó la posibilidad de construir un enlace entre Vigo y Cangas. Pero ni los costes ni la geografía lo permitieron. Fue una ensoñación.

La solución siempre ha estado en el mar y en las conexiones por barco. Aunque no fueran regulares, siempre las hubo. Si un cangués quería ir a Vigo, lo hacía en barco. Y viceversa.

En el siglo XIX cubrían el trayecto lentos galeones. Desde comienzos de la pasada centuria, los vapores. Pero en la segunda mitad, lo hace la compañía Vapores de Pasaje y las que la sucedieron. Actualmente, Mar de Ons y Nabia, a Cangas y Moaña respectivamente.

El puente de Rande achicó el número de viajeros, cuya mayoría optó por el transporte por carretera, pero en los últimos tiempos el tráfico de ría -18 minutos entre Vigo y Cangas- ha revivido.

A la emoción de la navegación se une el pragmatismo del menor tiempo de recorrido y el ahorro económico con la tarjeta azul de la Xunta.

Los nativos, avezados al espectáculo, no perciben con la misma intensidad la belleza del viaje, y suelen instalarse en el interior de la nave, pero los turistas exultan, desde la cubierta en los días de sol.

No hay discusión de que la calidad de los barcos y del servicio en los transportes regulares ha mejorado. Que el último viaje de Cangas a Vigo, en verano, se haya retrasado diez minutos (a las 22,10 horas) es un acierto. Aunque queda pendiente de restablecer, en esa temporada, el servicio cada media hora, los sábados y domingos.

Y deberá seguir mejorando. Por ejemplo, en limpieza -las cubiertas no siempre se barren-, y en seguridad, en que los accesos no son plenamente seguros, cuando queda un hueco entre el pantalán y el barco.

Lo suple la atención de las tripulaciones, eficientes y amables. Pero cuando juega el factor humano, se limita la garantía de seguridad.

En resumen, que el acceso al Morrazo -pese a las mejoras del tramo de autovía, y menos exitoso por el nuevo carril del puente de Rande-, sigue siendo más dificultoso que el Miñor para los vigueses. En ese aspecto, el viaje a Baiona es más sencillo.

Pero nada tiene que envidiar en paisaje. Los arenales y calas del Morrazo son incomparables, como una puesta de sol desde Cabo Home.

En cuanto a las preferencias por veranear en el Miñor o el Morrazo, seguirá la discusión. Depende para quién.