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Joaquín Rábago.

Insufrible arrogancia

En su insufrible arrogancia, el presidente de Estados Unidos es totalmente incapaz de reconocer que el mundo está dejando por fortuna de ser unipolar y no como a él le gustaría.

Incapaz de reconocer la múltiple y cada vez más compleja realidad, Donald Trump parece empeñado en destrozar el orden mundial con tal de hacer grande otra vez a la que llama su "América", que es la de "la supervivencia del más apto" en la más pura ideología social darwinista.

Fiándolo todo al poderío militar y al papel del dólar como principal moneda de reserva, Trump se muestra incapaz de reconocer que el mundo, por suerte para todos, ha cambiado, y que lo que algunos llamaron "el siglo americano" toca a su fin.

Como un niño caprichoso acostumbrado a hacer siempre lo que le viene en gana, no parece el republicano aceptar que hay una potencia como la milenaria China resuelta a disputarle a EE UU el dominio del Pacífico y a competir económicamente en otros continentes.

O que la también vieja Europa parezca decidida por fin a defender sus propios intereses, que, como hemos visto con los sucesos de Oriente Próximo y el conflicto nuclear con Irán, no tienen por qué coincidir con los de Washington.

Es cierto que Washington sigue teniendo armas poderosas como son la política de sanciones que no duda en adoptar contra los regímenes a los que, por la razón que sea, no considera suficientemente afectos.

Sanciones económicas y financieras que no solo golpean al país al que se trata de asfixiar económicamente para forzar un cambio de política o de régimen, sino también a los socios comerciales de aquél aunque se trate, como ocurre con frecuencia, de aliados de Washington.

Y lo peor, reconozcámoslo, es que, al menos de momento, Trump parece salirse con la suya. Así vemos cómo, tras descolgarse irresponsablemente del acuerdo nuclear con Irán, EE UU pretende castigar a las empresas europeas que sigan en tratos con el país de los ayatolas.

Y empresas tan importantes de distintos sectores como las alemanas Siemens, Daimler, Telekom, Deutsche Bahn, Adidas y otras han abandonado sus negocios iraníes ante la amenaza estadounidense. Y lo mismo ocurre con los grandes bancos Commerzbank y Deutsche Bank.

En círculos económicos de la mayor potencia exportadora europea se considera que Irán no es suficientemente importante como para poner en riesgo los negocios de esas empresas en EE UU, pero preocupa lo que Washington pueda decidir con respecto a Turquía o Rusia.

El Gobierno de Berlín parece dividido sobre qué hacer con los EE UU de Trump, y así mientras el ministro socialdemócrata de Exteriores, Heiko Maas, es partidario de decir "basta" a Washington, su colega de Economía, el cristianodemócrata Peter Almaier, aboga por no romper todas las amarras.

Por lo que respecta a Irán, hay quienes idean mientras tanto nuevas fórmulas para sortear la intolerable aplicación universal de las sanciones estadounidenses.

Así, según el semanario "Die Zeit", está la propuesta de crear una especie de agencia financiera que permitiría pagar a las empresas europeas que decidiesen seguir operando en Irán sin que un solo euro fuese a parar a ese país.

Por ejemplo, si Irán vendiese un cargamento de su petróleo a una refinería italiana, esta última no se quedaría con el dinero.

La suma convenida se transferiría enteramente a esa agencia europea y serviría para pagar, por ejemplo, a otra empresa alemana o española que construyese una carretera en Irán.

El jefe de la diplomacia alemana ha lanzado también la idea de crear una red de países interesados en el mantenimiento de un nuevo orden multilateral y de la que podrían formar parte, junto a los europeos, países como Canadá, Corea del Sur, Japón, Australia, además de los emergentes como Brasil o Suráfrica.

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