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Dezcállar azul

A trancas y barrancas

Este verano en Europa han pasado cosas buenas y otras que no lo son tanto. Las negativas son principalmente dos y tienen que ver con el Brexit y con el drama de los refugiados. Se acerca el 29 de marzo de 2019 (fecha del divorcio anunciado) y seguimos sin un acuerdo, aunque forzoso es reconocer que la culpa recae en el lado británico porque el gobierno de Londres no es capaz de poner un plan sobre la mesa y tampoco logra ponerse de acuerdo en lo que quieren. Theresa May pilota un barco sin timón y los ministros le dimiten uno tras otro. El principal escollo es que los británicos se quieren ir pero sin irse, esto es, quieren mantener las ventajas de ser socios de la Unión Europea pero sin sus inconvenientes y eso no lo compra Bruselas. El punto más complicado de la negociación sigue siendo Irlanda del Norte. Si el Reino Unido deja la UE también la deja Irlanda del Norte que es parte de ese Reino Unido. Elemental, querido Watson. Y eso exige poner una frontera con la República de Irlanda, que seguirá siendo territorio comunitario, una frontera igual que la que Polonia tiene con Ucrania y eso pondría en peligro los delicados Acuerdos de Viernes Santo. Es un asunto que no tiene solución porque es como el embarazo, o se está o no se está y no hay términos medios. La buena noticia es que los británicos por fin se están dando cuenta y han empezado a buscar discretamente un acuerdo temporal "a la noruega" (sin decirlo) que les de un año más de plazo para llegar a un entendimiento. Eso sería bueno para todos.

El otro asunto que no progresa es el de la inmigración irregular y sobre todo la que nos llega por el Mediterráneo huyendo de las guerras del Oriente Medio y de la pobreza del África subsahariana. Con el agravante de que en el Mediterráneo la gente se ahoga. La inmigración irregular se mezcla interesadamente con el terrorismo (como estos días en Chemnitz) y es utilizada como un espantajo por los partidos populistas y nacionalistas aprovechando la crisis y las crecientes desigualdades económicas, con mucho daño para la estabilidad de algunos países y para el propio proceso de construcción europea pues pone en peligro la supresión de fronteras interiores. Las cifras globales bajan (67.000 este año por 273.000 en 2016), pero las corrientes migratorias se desplazan hacia Occidente al encontrar cerrada la ruta por Malta e Italia. España ha recibido al 42% del total de los inmigrantes que este año han entrado en Europa por el Mediterráneo. No son problemas que ningún país pueda resolver por separado.

Pero no todo es negativo. En los EE UU están hartos de defendernos de los muchos enemigos exteriores que nos rodean, desde islamistas terroristas a rusos expansionistas (el 11 de septiembre comenzarán en Siberia unas gigantescas maniobras militares (con 300.000 soldados, 1.000 aviones y 900 tanques) en un ambiente internacional que Moscú describe como "agresivo e inamistoso hacia nosotros". Por eso Europa no ha podido esperar más para enfrentar el problema de su seguridad. Como ha dicho Jean-Claude Juncker "una Europa que protege a sus ciudadanos es una Europa que vela por su seguridad: interior y exterior". Y así, mientras se perfecciona la coordinación e interoperabilidad entre las policías del continente y se estrecha la cooperación entre servicios de Inteligencia, también se avanza en la creación de una Europa de la Defensa compatible con la OTAN, aprovechando la au- sencia de un Reino Unido que siempre la ha objetado. El Tratado de Lisboa de 2009 (artículo 42-7) prevé la asistencia mutua si un estado miembro es atacado y en noviembre pasado se creó la PESCO, Cooperación Estructurada Permanente (solo quedan fuera Dinamarca y Malta), que prevé despliegues militares coordinados para misiones humanitarias y de pacificación, mientras nueve países han decidido dar un paso más y poner en pie fuerzas conjuntas para operaciones urgentes, para lo que se han creado en Bruselas centros de mando operativo. Y se han asignado 13.000 millones de euros para desarrollar equipos militares que por una parte eliminen costosas duplicidades y por otra nos hagan menos dependientes de la industria militar norteamericana (algo que ha irritado a Donald Trump). En esa misma linea van las conclusiones de la reunión de Meseberg entre Merkel y Macron, en julio, que afirman el objetivo de desarrollar una "defensa más integrada" y una "cultura estratégica común" que incluya la fabricación conjunta de tanques y aviones. Macron ha añadido esta misma semana que en los próximos meses propondrá "reforzar la solidaridad europea en materia de defensa mutua prevista en el articulo 42.7 del Tratado de la UE" antes citado. Para Macron lo que está en juego es nada menos que la soberanía europea. Tiene razón.

Son pasos necesarios que Europa no se había planteado en muchos años por dos razones: porque nació como un proyecto de paz resultado del sueño de Schumann y de Monnet para evitar guerras en el continente, y porque desde 1945 hemos contado con el escudo protector norteamericano. Era muy cómodo. Pero la evolución del escenario geopolítico, el expansionismo ruso, las crisis en Oriente Medio y África del Norte, y la política aislacionista y egoísta de Trump ("América primero") nos obligan ahora a replantearnos nuestra defensa como un asunto vital. Ya era hora de hacerlo y de procurar de paso un mayor peso en la marcha del mundo. A trancas y barrancas Europa avanza.

*Embajador de España

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