Así que, quizá ateniéndose al viejo refrán según el cual quien no se consuela es porque no quiere, el señor presidente de la Xunta -que aparenta más energía en sus avisos al Gobierno desde Galicia que en sus diálogos con los ministros en Madrid- parece satisfecho con las promesas de la titular de Hacienda y regresa supuestamente convencido de que se van a cumplir. Cierto que las principales se sitúan en una perspectiva general, de Estado, y por ello su exigencia tendrá más peso por el número de posibles reclamantes pero, aun así, eso está por ver todavía.

En este punto conviene explicarse con claridad. Primero, para que las dudas no parezcan lo que no son -un pesimismo casi patológico- y porque los precedentes en materia de fidelidad a los compromisos no inspiran confianza, precisamente. El gabinete de don Pedro Sánchez en su todavía breve andadura se ha caracterizado sobre todo por una memoria más que frágil en la mayoría de ellos -el principal, la convocatoria de elecciones-- y, por tanto, más vale prevenir. Y segundo, porque entre lo que trae el señor Feijóo hay otra contradicción gubernamental: el difuso anuncio de que se "intentará" una reforma de la financiación autonómica para la que Sánchez dijo que no habrá tiempo.

Expuesto cuanto precede, probablemente no estorbará alguna otra observación. La primera, y acaso la de mayor interés, es la que se refiere a la posibilidad de que Galicia obtenga "compensaciones" por el hecho de no acogerse a los rescates que en su día estableció Montoro para las Comunidades que incumplieron el objetivo de déficit. Suena de maravilla, pero a la vez podría supone una especie de legitimación de los beneficios que se concederán a los que no cumplieron. Y eso abre puertas a la injusticia contra la que protestaron Galicia y sus aliados multicolores.

Ítem más, y tras insistir en que no hay empecinamiento alguno en aferrarse a la duda, conviene recordar que las promesas referentes a esa compensación son las más etéreas de cuantas se le hicieron a don Alberto. Y que, mientras tanto, con otros -por ejemplo, Torra y sus colegas independentistas- se discute más en concreto, menos el cuánto o el cuándo que el cómo. Un detalle que el jefe del Ejecutivo gallego debería no olvidar, lo que a buen seguro sus asesores le recomendarán para futuros encuentros con los aliados o con la ministra. Por si acaso.

En lo otro, lo del IVA, habrá que esperar a ver si el retraso, verbigracia, se compensa además de con el dinero que toca, con los intereses correspondientes, que en una cuantía de casi 200 millones, algún hueco taparían. Lo más difícil de disimular será la habilidad de la señora Montero al encuadrar la -posible- devolución a Galicia en una operación general que resta protagonismo al presidente gallego y su alianza para situarlo en la órbita gubernamental, evitando liderazgos que no procedan de Moncloa. Y es posible, desde luego, que se considere esta reflexión como demasiado suspicaz, pero volviendo al refranero, nadie debería dejar a un lado aquello de "piensa mal y acertarás".

¿Eh...?