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Juan Gaitán

Pobreza de tiempo

Cada cierto tiempo escribo sobre el tiempo. Se me viene a las columnas y a los versos, recurrentemente, esa preocupación mía por su esencia, tan incierta; por su forma de ser, tan soluble; por su escasez, tan palpable. Es verdad que siempre ando a vueltas con el tiempo, que me gusta dedicarle parte del mío (la poeta Teresa Antares dice que siempre hablo "de su devenir, sus cambios, su permanencia y, rara vez, de su retorno, cuando habla de él parece que él, Juan, ya estaba y era antes que el tiempo"). Es más o menos así. El reloj que llevo lo heredé de mi abuelo. Es un modelo de hace unos setenta años, cuando comprar un reloj era invertir una pequeña fortuna. Es de cuerda, así que cada día, al vestirme por las mañanas, tengo que dedicarle un poco de tiempo al tiempo para que siga latiendo. Siempre he creído que había algo espiritual en eso, como cuando se sacrificaba a los dioses una parte de la cosecha o del ganado, una manera de asegurarse de seguir contando con su benevolencia.

Pero ya no sirven de nada estas cosas. Ahora la falta de tiempo es una nueva pobreza. La directora Cosima Dannoritzer ha estrenado recientemente un documental en el cual presenta el tiempo como el nuevo recurso que todos los poderes nos roban. La pobreza de tiempo nos está desposeyendo de nuestra vida. En realidad, siempre he tenido la sensación de que contamos el tiempo como quien calcula pérdidas, como si cada año vivido fuese una merma o un descuido. No nos parece recorrer el tiempo, sino agotarlo, como quien teme secar el río por haber bebido un sorbo. Pero no hay nada en el mundo, excepto algunas pocas personas, que eche más en falta, que aprecie más.

Si yo, alguna vez, por una de esas sonrisas de la fortuna, pudiese comprar mi tiempo, el que me queda, y vivir no fuera "el diario odio contra el pan", consumiría las mañanas en esas cosas poco productivas que le daban sentido a la niñez, cuando los tesoros de este mundo cabían en una caja de lápices Alpino.

Volver a ser así, como cuando aún no creíamos en el tiempo porque el almanaque estaba siempre de vacaciones. Pero de todo eso nada queda. Ahora ya sé, y quizás usted también lo sabe, que el tiempo juega siempre con ventaja. Yo trato de engañarlo dejando a medias los poemas, las cartas, la labor de mi casa. Tengo pendientes aún varios viajes, algunas sílabas no escritas. Me calma confiar en que no me iré hasta que haya concluido la tarea, aunque sé que al final solo el tiempo sobrevive y que únicamente regresa en los espejos y en algunos días de las vacaciones, cuando ninguna pobreza nos aflige, como si de nuevo fuésemos niños que dan cuerda al reloj del abuelo.

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