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Antes de que sea peor

La imposibilidad de gobernar con apoyos tan minoritarios como los de Pedro Sánchez

La política española se desquicia. La resaca del congreso del PP promete ser larga, con un punto de amargura por los avances en la investigación sobre los títulos académicos de su presidente recién elegido, y el PSOE ha dejado de emitir. No se recuerda una derrota del gobierno en el Congreso tan aplastante como la registrada el viernes. Irónicamente, lo sucedido puede considerarse normal, pues este es uno de los ejecutivos más minoritarios que haya habido nunca en cualquier democracia avanzada. El resultado de la votación demuestra de manera irrefutable que el gobierno no tiene la confianza de la cámara baja ni el apoyo de una mayoría parlamentaria. Y así, por más que se empeñe el gobierno, es imposible gobernar sin causar algún desastre. Sólo nos queda la duda de saber si la dirección socialista era consciente de ello cuando decidió presentar la moción de censura, atendiendo la invitación a dar el paso que le venían haciendo Podemos y los partidos independentistas. En la zona opaca de la política, donde a menudo esconden sus motivaciones los actores, la ingenuidad y el cinismo se confunden.

Es preciso recordar que el PSOE se hizo el distraído con el apoyo que iba a recibir de los partidos nacionalistas y que rechazó de plano la negociación que le planteó Podemos para formar un gobierno de coalición con una base parlamentaria más amplia. Desde el principio mantuvo inalterable su propósito de gobernar en solitario. En el debate de la moción de censura Pedro Sánchez se cuidó de presentar un programa de gobierno. Después, ya instalado en La Moncloa, publicitó medidas que fueron recibidas con aplausos por un sector de la opinión pública predispuesto y la estimación de voto de su partido comenzó a subir levemente hasta situarse en cabeza de los pronósticos electorales. No tardó en revisar su compromiso inicial de convocar elecciones cuanto antes para anunciar, acto seguido, su absoluta determinación de agotar la legislatura, pero sin comprometer a los partidos que lo habían votado en la acción de gobierno. Su plan era, y es, aprovechar las circunstancias para llegar lo más lejos posible, pero solo. Y el viernes, su gobierno se estrelló con la realidad. ¿Por qué, desoyendo las advertencias de la oposición, las que le hicieron desde las columnas de los periódicos, y las de Podemos y los nacionalistas catalanes, el PSOE prefirió una vía tan arriesgada de acceso al poder, condenada al fracaso, y no optó por fortalecerse y esperar un mejor resultado electoral?

La situación, ahora, no puede ser más adversa para el gobierno. El plan político que subyacía al proyecto presupuestario ha quedado desbaratado. No importa las medidas paliativas que consiga acordar a la vuelta del verano. El futuro del gobierno se juega en el terreno estrictamente político. Y no es halagüeño. Por un lado, está desconectado del Partido Popular y de Ciudadanos, con los que Pedro Sánchez ha querido marcar distancias refiriéndose a ellos como "las derechas", poniendo fin a la respuesta consensuada que dieron los tres, a pesar de algunas discrepancias, a la cuestión catalana. Un abismo separa de nuevo a los dos partidos mayores, cuando en su colaboración está una de las claves para encontrar una salida estable a la interminable crisis política que vivimos.

Y, por otro lado, el gobierno está acorralado por los partidos que votaron a favor de la moción de censura. Su dependencia de ellos es absoluta. Las demandas de Podemos y los independentistas son imposibles para el PSOE. Están más allá de los límites de la Constitución y de la estabilidad presupuestaria. Dejaron hacer a Pedro Sánchez, que cual aprendiz de brujo operó como si tuviera carta blanca, pero el viernes le enseñaron sus poderes y amenazan con un vapuleo constante al gobierno hasta las próximas elecciones a base de imponer sus condiciones, so pena de derrota parlamentaria cuando así lo decidan. Puigdemont habla más claro que Torra y urge una respuesta política satisfactoria a sus peticiones en relación con los presos y fugados y con el derecho de autodeterminación.

El gobierno, que tuvo una calurosa bienvenida y que por sus pronunciamientos y gestos podemos ver que no es tan sólido y consistente como se presumió en un principio, se muestra aturdido. Dispone de poco tiempo para ubicarse en la realidad. Tiene varias posibilidades. Una es cavar una trinchera en La Moncloa, huir del parlamento y hacer política directamente con la opinión pública. Pedro Sánchez está en peligro de caer en esa tentación. Es la típica reacción populista, que un gobierno responsable jamás adoptaría en una democracia. Otra sería forjar una mayoría parlamentaria que respalde un programa de gobierno, pero tal posibilidad no se divisa en el horizonte de esta legislatura por la nula disposición de los partidos y la incompatibilidad de sus programas. En la presente situación, el gobierno debería presentar una moción de confianza para aclarar los apoyos parlamentarios con que cuenta. No lo hará porque está seguro de que la perdería. En ese caso, volveríamos al bloqueo de 2016 a la hora de formar un nuevo gobierno y, además, el gobierno saliente de Pedro Sánchez no podría ya convocar elecciones. Solo queda, por tanto, la posibilidad de que el gobierno actual fije una fecha para que los ciudadanos decidan cómo poner fin a este desbarajuste, antes de que se convierta en una catástrofe. Mayo de 2019, haciéndolas coincidir con las locales, podría ser demasiado tarde. Es el mal menor. La resistencia numantina del gobierno, por la que parece inclinarse el presidente del gobierno, provocaría un grave daño en la democracia y al PSOE, un partido todavía imprescindible en la política española.

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