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LAS SIETE ESQUINAS

No entren en las cuevas

¿Por qué se metieron los niños tailandeses en las cuevas de Tham Luang? ¿Por qué permitió el adulto que les acompañaba que entrasen, si había un letrero que recomendaba no entrar jamás durante la época de las lluvias? Los chicos del equipo de fútbol y su entrenador habían nacido en la zona. Sabían cómo era la lluvia cuando empezaba a llover en plena época del monzón. Y por si fuera poco, conocían las cuevas porque las habían visitado a menudo. Todos sabían que eran peligrosas. Y todos sabían que muchos de ellos no sabían nadar si las cuevas se inundaban. ¿Por qué les dejó entrar el adulto que les acompañaba, que era su entrenador del modesto equipo de fútbol, los Wild Boars?

Por lo visto, uno de los chicos -el mayor- cumplía diecisiete años y todos quisieron celebrarlo metiéndose en las cuevas y grabando su nombre en una de las paredes de roca. Para ellos era una especie de ritual que ya habían celebrado en otras ocasiones. O sea que el lunes 23 de junio, después del entrenamiento, cogieron las bicicletas y se fueron a las cuevas. El monitor no les impidió hacerlo, recordándoles el letrero y el peligro -o señalando el cielo que amenazaba lluvia inminente-, sino que más bien les animó. Y allá que se fueron los doce chicos y el adulto. "No entren en las cuevas", decía el letrero bien visible a la entrada. Daba igual. Había que dejar la marca del chico que cumplía 17 años en una de las cuevas más profundas. Había que volver a celebrar ese rito de iniciación que se parece mucho a lo que hacían nuestros antepasados del Paleolítico Superior, hace treinta o cuarenta mil años, cuando se metían en lo más hondo de las cuevas y dibujaban la silueta de unas manos abiertas.

O trazaban signos extraños -vulvas, penes, triángulos, puntos- que nos resulta muy difícil saber qué querían decir. O pintaban caballos que corrían, rinocerontes despavoridos, bisontes con las tripas al aire, renos de grandes cornamentas, hombres con el sexo erecto, sangre, flechas. ¿Y para qué? Probablemente por un deseo de comunicarse con las fuerzas ocultas de la naturaleza -los seres vivos, los espíritus de los muertos, los animales que iban a ser cazados-, pero también por un impulso muy parecido al que llevó a los niños a meterse en la cueva, sólo para celebrar los diecisiete años recién cumplidos de uno de sus compañeros de los Wild Boars. En la era de los teléfonos inteligentes y de los buzos capaces de organizar un rescate prácticamente imposible, los seres humanos nos seguimos comportando como nuestros ancestros del Paleolítico.

Ahora bien, dudo mucho que el jefe de los hombres primitivos, o la hechicera, o la mujer que organizaba la ceremonia, o quien fuera que decidía cuándo se celebraban aquellos rituales, se metiera en una cueva si intuyera que era peligroso hacerlo. Y menos aún si iba con adolescentes y con niños, es decir, con personas más frágiles, menos experimentadas y menos diestras a la hora de enfrentarse al peligro (y eso que cualquier niño del Paleolítico tenía una experiencia del peligro mil veces superior a la que tenemos cualquiera de nosotros). Eso es lo que nos diferencia. Los hombres primitivos eran mucho más cautelosos y mucho más responsables: una vida joven y saludable era una vida que había que proteger al precio que fuese. Y por esa razón elemental nadie la ponía inútilmente en peligro. Nosotros, en cambio, estamos acostumbrados a vivir en un mundo que se ha vuelto demasiado seguro. Si los jóvenes británicos hacen "balconing" en Magaluf, si hay gente que se dedica a los deportes de riesgo o a meterse en el cráter lleno de fumarolas de un volcán por puro deseo de experimentar cosas nuevas, es porque deseamos coquetear con el riesgo para sentirnos vivos. El alcohol cuenta, sobre todo en el caso de Magaluf, claro que sí, pero también nos empuja esa necesidad imperiosa de vivir algo que rompa por completo con la tranquilizadora sensación de que todo en la vida está bajo control. Queremos vivir sensaciones fuertes, sensaciones que nos hagan olvidar que llevamos una vida por lo general confortable y aburrida.

Y otra cosa más. ¿Cuántos políticos actuales, desde los dirigentes que impulsaron el 'Brexit', o Trump y sus estrafalarias decisioines, o los líderes del Procés, no han actuado irresponsablemente igual que hizo el monitor del equipo de fútbol de los niños tailandeses? ¿Cuántos políticos no ven un cartel que prohíbe meterse en una cueva, sobre todo en época de lluvias, y aun así se empeñan en guiarnos adentro prometiéndonos cosas que ellos mismos saben que jamás podrán ser reales? "No entren en las cuevas", decía el letrero. Pero ahora mismo hay docenas de políticos pensando en cómo encontrar una excusa para hacernos llegar al fondo más inaccesible de la cueva. Y si nos perdemos, y si nos quedamos atrapados, ya vendrá alguien a salvarnos.

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