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Ceferino de Blas.

El libro de Maximino

Para demostrar que en Vigo existía una afición entusiasta al teatro, Maximino Queizán cita una carta de la afamada actriz María Guerrero al gran Benito Pérez Galdós, de 1894. Le comentaba con admiración que había hecho catorce funciones en la ciudad. Una enormidad, comparadas con las que representan ahora, incluso las compañías más reconocidas.

Aunque a Galdós no debió sorprenderle del todo el comentario de la actriz, ya que una década atrás había augurado a la ciudad un gran porvenir, tras realizar aquel delicioso viaje en tren entre Oporto y Vigo, cuando aún se construía el puente internacional sobre el Miño, que dejó escrito en un hermoso artículo.

El libro de Maximino "Lembranzas de la escena" abarca tres dimensiones: una es la historia del teatro vigués, y colateralmente gallego, otra la reivindicación de lo que supuso el teatro en Vigo y, finalmente, una lección magistral escénica de un autor que vivió el teatro desde la infancia, y lo ha ejercido durante medio siglo.

Maximino viene a cubrir con este texto una vertiente de la historia de la ciudad que, pese a haber sido recogida parcialmente en las múltiples reseñas que se le dedicaron, no estaba completa ni era sistemática. Es un flanco importante, puesto que, desde la Casa Teatro de la plaza de Pescadería, hoy de la Princesa, construido en 1832, se proporcionaba a los vigueses de mitad del siglo XIX la diversión culta más importante que existía. Les permitió ver desfilar, primero por el Teatro Calderón, después por los locales que lo sustituyeron: Tamberlick, Rosalía de Castro, más tarde García Barbón y por el teatro Fraga, a los mejores actores de cada época, con las obras del momento y más festejadas de los comediógrafos y autores más reconocidos.

Desde los decimonónicos, y Echegaray --uno de los más aclamados-, a Benavente, Alejandro Casona, Valle Inclán, y ya más avanzado el siglo pasado, a Buero Vallejo, Arthur Miller, Bertolt Brecht o Camus.

Las artes escénicas en la ciudad no se limitaban al teatro, ya que compaginaban escenario con asiduas representaciones de ballet, danza, opera, zarzuela.

Este flanco de la historia cultural viguesa, siendo uno de los de mayor raigambre, quedaba pendiente, por lo que esta aportación es un motivo de satisfacción. Es un panel más de la historiografía local que se rellena

Este rico pasado escénico no hubiera sido el mismo sin contar con la aportación activa de la ciudad, que puso los cimientos para que luciera el teatro. Primero, como queda visto, con los salones a la italiana, después en el mejor de los escenarios: al aire libre. Como en los tiempos de Grecia y Roma.

Lo hizo, según el autor, desde el año 1954, cuando se construyó el auditorio al aire libre de Castrelos, que personajes tan significados como José Tamayo calificaron como el mejor de España, con excepción del teatro romano de Mérida.

Este auditorio, que fue plataforma del mejor teatro del siglo pasado, por las obras representadas y actores que las interpretaban, y que abarrotaban los vigueses en cada función, fue obra de tres personajes que recuerda Maximino: su padre, Maximino Fernández, Angel Ilarri y el arquitecto Emilio Bugallo.

De los múltiples encantos que posee Vigo, que puede exhibir sin complejo ante ningún otro de ningún otro sitio --lo corrobora un amigo con conocimiento de causa, que ha dado dos vueltas al mundo-, a la cabeza está el Parque de Castrelos, con el pazo, el jardín botánico y el anfiteatro al aire libre. En los veranos, reúne unas condiciones incomparables para las representaciones, ya sean musicales o escénicas.

Todo este ambiente de cultura y ocio, mezcla de vanguardismo y gustos populares, que se vivieron desde mediados del siglo pasado hasta avanzada la democracia, lo describe el autor con sencillez y galanura, aunque con un deje amargo.

El libro destila un tono escéptico, que trasluce el regusto que siempre impregnan la nostalgia y el lamento, que no debería equivaler a una rendición que el autor no puede permitirse. El teatro en Vigo es él, para lo bueno y lo malo.

Es cierto, como corrobora con datos, que todos los intentos, algunos exitosos, de consolidar el teatro como el arte vigués más arraigado acabaron pronto. Pero no lo es menos que respondieron a las demandas y los gustos de su tiempo.

Quizá no haya aparecido todavía el heredero. El nuevo Maximino Queizán que tome el relevo del personaje original. Ha ocurrido en otras vertientes artísticas. Por ejemplo, en las corales y el canto polifónico, que florece como nunca en Vigo, después de años de desaparición.

Aunque en la escena, afectada por el imperio de la televisión y los reality, triunfen los profanos, y parezca que no se valore la formación y el oficio artístico, y de la sensación de que todo se conjura contra el teatro y el talento, hay que dar por supuesto que las modas pasan. Y es seguro que llegará un tiempo en que reviva.

De momento, celebramos la historia y el recuerdo de cuando el teatro era el arte más seguido y que más atraía a los vigueses. Gracias al libro de Maximino.

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