El rechazo a la política migratoria del presidente ha provocado expulsiones de restaurantes (Sarah Huckabee Sanders), abucheos (Kirstjen Nielsen) e insultos (Pam Bondi). Los aliados de Trump tienen que cargar con un estigma social. En algunos establecimientos no son bienvenidos; en otros son marginados. Politico publicó un reportaje en el que relataba las dificultades que tienen los empleados más jóvenes de esta nueva Administración, los llamados "millennials", para disfrutar de una tranquila vida social en Washington DC. Muchos abandonaron los barrios céntricos y se desplazaron a la periferia de la ciudad, donde pueden mantener un "perfil bajo" sin ser increpados cada vez que salen a la calle.

En las aplicaciones de citas para móviles, como Tinder o Bumble, se puede observar cómo no pocas personas advierten a los seguidores del presidente que ni tan siquiera lo intenten ( Trump supporters swipe left). Lo político es, más que nunca, personal. Hasta el punto de que el periódico The Washington Post pidió en un editorial que por favor dejaran "comer en paz" a los miembros de la Casa Blanca. No pueden salir tranquilamente a cenar, ni tomar unas copas, ni ligar, y en ocasiones se ven obligados a mentir sobre sus puestos de trabajo evitando así las discusiones. La capital es una ciudad hostil para los trumpistas. (En DC, solo el cuatro por ciento votó por el candidato republicano). Al fin y al cabo no deja de ser una ciudad institucional y burocrática. El refugio del establishment. Y la tensión política, que crece día tras día, lo complica todo mucho más. Lo cierto es que esta presidencia, con su discurso excluyente, no solo genera discrepancia ideológica: son tus familiares y amigos quienes pueden ser víctimas de su retórica. Estamos viviendo un clima guerracivilista. (Una chica de Nueva Jersey me contaba hace poco cómo su padre, que se había "radicalizado" durante la era Obama, decidió comprarse varias armas porque pensaba que el expresidente estaba dispuesto a cargarse la Segunda Enmienda). Pero ya estuvo peor.

"Esto no es Estados Unidos", se lamentan algunos ante las imágenes de niños enjaulados y los centros de detención. El historiador Jon Meacham, en cambio, nos recuerda en su nuevo y excelente libro The Soul of America [El alma de América] que esto, no nos engañemos, es Estados Unidos. Es más, forma parte de la idiosincrasia del país. Sucede que en la nación ha habido siempre, en sus propias palabras, una "batalla por nuestros mejores ángeles". Esta es la tierra de Frederick Douglass, de Martin Luther King, de Alice Paul, pero también de George Wallace, del Ku Klux Klan y de Joseph McCarthy. Meacham no es pesimista. Piensa que lo "mejores ángeles", como en otras épocas pretéritas y oscuras, prevalecerán. Hace unos días, Alexandria Ocasio-Cortez, una joven latina de 28 años que se define como "socialista democrática", ganaba las primarias demócratas de Nueva York al Congreso. Dice que viene a defender los intereses de la clase trabajadora. Y cree que la asistencia sanitaria es un derecho fundamental. Su discurso, resumido con elocuencia en el conmovedor video de campaña, es inclusivo y esperanzador. No hay miedo. Ella, del Bronx, también ha vencido al establishment.