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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

¿Un nuevo desaire a los aliados?

El cada vez más previsible Donald Trump - previsible, esto es, en su afán destructor del orden mundial-- se entrevistará el próximo mes con Vladimir Putin. De preparar la cumbre se ha encargado el mayor halcón del actual equipo de la Casa Blanca, con permiso de todos los demás: el secretario de Seguridad Nacional, John Bolton.

En circunstancias normales, una reunión entre los presidentes de dos países potencialmente enemigos debería ser una excelente noticia. Pero ¿qué hay de normal en todo lo que tiene que ver con Trump?

La cumbre bilateral se celebrará en Helsinki poco después de la reunión de la OTAN prevista para los días 11 y 12 de julio, y al parecer EE UU no se había consultado con los aliados. ¿Qué necesidad tiene Trump?.

El presidente republicano no ha dejado ni un momento de abroncar a sus socios por no invertir más en Defensa frente a la amenaza rusa, y esos tal vez se sientan ahora un tanto confusos. Porque la mayor justificación de ese esfuerzo militar cuando se recortan en todas partes los gastos sociales es el comportamiento agresivo que la OTAN atribuye a la Rusia de Putin.

El que ahora Trump vaya a reunirse con el presidente del mismo país al que Occidente no se cansa de demonizar lo interpretarán algunos como un nuevo desaire de aquél a sus aliados. Es cierto que Trump dijo ya, nada más comenzar su mandato, que la OTAN era una organización "obsoleta". Y este mismo mes la calificó de "tan mala como NAFTA", el tratado de libre comercio de América del Norte, que quiere hacer trizas si no se renegocia.

La justificación esgrimida una y otra vez por Trump para que sus socios aumenten el gasto militar es que su país está harto de parásitos: los países a los que EE UU protege deben pagar más por esa protección.

¡Como si EE UU, primer exportador mundial de armamento, no sacara también provecho de sus alianzas militares por todo el globo y la correspondiente capacidad de presión, cuando no de chantaje!

Hay quien sospecha que en la cumbre entre Trump y Putin podría tratarse no solo de Siria o Irán, sino también del polémico proyecto de gasoducto germano-ruso conocido como Nord Stream. Estados Unidos se opone al mismo sobre todo porque quiere exportar a Europa su propio gas licuado. Es este además un tema que divide a los europeos.

Una aproximación entre Moscú y Washington en ese asunto satisfaría sin duda a Berlín, pero caería como una bomba tanto en Polonia como en Ucrania, siempre recelosas de Rusia y contrarias al proyecto. En cualquier caso, Trump terminará haciendo otra vez lo que más le gusta; sembrar cizaña, crear el caos, convencido de que, al final, EE UU saldrá siempre ganando.

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