La escritora Soledad Puértolas ha propuesto a la Academia de la Lengua, de cuya Comisión de Neologismos forma parte, que el diccionario incluya el término "machirulo". Pero, ¿no lo recogía ya? Entonces, ¿cómo definir el ambientillo que se forma estos días del Mundial de Rusia antes del partido de La Roja en el bar de abajo? Expectación podría servir, pero no describe el aporte de testosterona que se respira a miles de kilómetros de donde los hombres de Hierro están calentando. Hay mujeres viendo el fútbol, pero no se les da bien el "machirulismo", para este desempeño hay que valer. Tiene que parecer que el hecho de que tú estés mirando la tele despatarrado es más importante que el papel de De Gea en la portería. Tiene que parecer que si España no pasa de cuartos comportará una afrenta personal contra ti de la que se hablará en todas las sobremesas del próximo cuarto de siglo. Tiene que resultar muy obvio que tú has visto el fuera de juego antes que el cacharro ese que nos dio el empate ante Marruecos.

¿Cómo definir estos y muchos otros rasgos del increíble varón menguante que ha visto en la máxima competición de fútbol un paréntesis, un oasis en el que refugiarse de la revolución femenina que vivimos en los últimos tiempos? Necesitamos la palabra "machirulo", la estábamos empleando antes de existir legalmente. "Machirulo" me encanta porque es un artefacto de futuro. Hay que describir la peor versión de un hombre, hay que señalarla, ponerle un nombre y que nadie lo quiera llevar. El día en que ningún chico desee pasar por "machista" como tampoco por "racista" o "clasista" habremos avanzado algo. "Machirulo" contribuye a erradicar el machismo porque aporta a una actitud muy peligrosa el sesgo de lo ridículo. Del tópico y la caricatura.

Puértolas lo define: "Esa clase de hombre no es exactamente un macho alfa, sino un semichulo que quiere ser dominante". Y explica que se trata de un término irónico, a veces tierno, que responde a la nueva versión del macho prototípico. Risible y periclitado, creo yo.

"Machirulo" es una palabra de la que, a buen seguro, nuestros mejores prójimos huirán como de la peste; en el polo opuesto, "feminismo" se ha convertido en la bandera que todo el mundo desea enarbolar. Las académicas reman a contracorriente en la rancia institución que lleva años esquivando la igualdad. Me ha rescatado la autora de Queda la noche del bajón que me había provocado la puesta en libertad provisional de La Manada, los cinco autores de la violación en grupo de una joven en los sanfermines, decidida con un voto femenino determinante, el de la magistrada del tribunal.

Pienso mucho en esa jueza, en la oportunidad perdida. En si sirve para algo que haya mujeres en los cuadros de mando, si luego sus decisiones no redundarán tanto en beneficio de sus congéneres como en la protección de su propio estatus. Hemos luchado mucho para aupar a cargos de responsabilidad a mujeres que luego nos decepcionan de palabra, obra y omisión, porque piensan en arrimarse al poder más que en cambiar las cosas. No será el caso de Soledad Puértolas, quien junto a nuestra Carme Riera, se ha propuesto documentar el uso de "machirulo", algo que puede parecer baladí, pero que no lo es.

Nos estábamos resignando a escuchar desde la Academia voces que únicamente hacían befa de los avances hacia el lenguaje no sexista y que frenan los intentos de adecuar el significado de las palabras que alberga el diccionario con la utilización que se les da en la calle. Que por fin alguien, una de nosotras, se decida a señalar por su nombre a uno de nuestros enemigos, ridículo, pero dañino al fin y al cabo, hace más nuestra la lengua que hablamos.