En la introducción de "Nein", el libro de aforismos de Eric Jarosinski publicado hace unos años, hay más de una negación oportuna. El autor explica: "Decir 'no' no es difícil. Lo difícil es decirlo bien". Por eso resulta tan fatigoso negarlo todo.

La gran marea adscrita a la indefensión indignada que puebla las calles no entiende cómo los miembros de "La Manada" pueden salir provisionalmente de sus jaulas si han sido condenados a nueve años de cárcel. Niegan la bondad reparadora de la justicia. Cuando se dictaron, las sentencias resultaron igualmente insuficientes para mitigar la indignación contra los energúmenos que abusaron sexualmente de la joven en Pamplona. La calle clama con dialéctica iracunda: "Una jauría de lobos anda suelta". Están convocadas docenas de manifestaciones en toda España, los agresores sevillanos van a tener que esconderse. Si se atreven a reincidir, en medio de esta batahola, es que son unos descerebrados o unos enfermos, pero algunos políticos juegan con esa posibilidad para alimentar el credo de la indignación. Con tanto cabreo y el riesgo de volver a pasar una nueva temporada entre rejas -las sentencias no son firmes- el riesgo mayor es que se fuguen. Poner pies en polvorosa es algo que se está produciendo con cierta frecuencia en este país. No solo los inocentes están acojonados, los culpables también.

Trataron a la víctima de sus abusos con la superioridad de una manada, arrinconándola en un portal durante una fiesta ya de por sí extrema y abusiva. La dejaron abandonada como a una piltrafa después de sustraerle el teléfono.

El asunto repugna, las decisiones judiciales han sembrado estupor e ira por cualquier esquina y la negación a la Justicia lleva implícita la venganza. Decir no no es difícil, lo difícil es decirlo bien. Tiene razón Jarosinski, aunque se defina como "un intelectual fracasado que vive en Nueva York".