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No habrá quien le ponga puertas al mar

Confieso que me he emocionado. Me han emocionado los rostros infantiles que han llegado a Valencia, han recuperado la sonrisa. Después de múltiples vicisitudes y de padecer la angustiosa incertidumbre de un destino incierto, las 627 personas que lo han arriesgado todo por alcanzar un puerto de refugio, al fin lo han encontrado en España.

Digo que me ha emocionado por mi condición de gallego portugués, tierra que fuera tradicional fuente de desesperados flujos migratorios. Igualmente me ha emocionado por mi condición de cristiano, pues en ella está sembrado el ejercicio del amor, caridad activa, que nada tiene que ver con el que da lo que le sobra y si mucho le atañe la solidaridad desinteresada hacia la adversidad y el sufrimiento de quienes los padecen.

A estas alturas no cabe interrogarnos sobre los llamados "efectos llamada". Siempre habrá que acudir a ella, aunque, mientras, Europa deberá asumir la responsabilidad histórica que le corresponde. ¿Cómo?.

Comenzando por reconocer que esta ruta de la muerte no ha comenzado con las guerras intestinas de Libia y del África subsahariana. Estas son actualmente el motor que las impulsa. Pero debemos ir más atrás. Refrescar la memoria.

El desesperado flujo migratorio que hoy se ha desatado tiene sus raíces profundas en el periodo colonial europeo, cuando las metrópolis ansiosas de riquezas saquearon inmisericordemente el continente. Y cuando las fuerzas de la historia y el carácter de nuevas estrategias neocolonialistas lo aconsejaron, dejaron detrás naciones desmembradas, pueblos nómadas, analfabetismo, desnudez higiénica y sanitaria, carentes de infraestructuras y, generalmente, el traspaso de poderes a dóciles servidores corruptos, aptos para continuar sirviendo a las antiguas metrópolis. Bélgica, Francia y Alemania -España y Portugal menos-, entre otros, gozaron de los privilegios coloniales durante el siglo XIX y parte del XX. Les corresponde ahora, solidariamente y con el aporte de las otras naciones europeas, acoger humanitariamente a los que huyen de un terrible escenario.

Y lo que es más importante, ir a la raíz del mal. Asumir una inmediata política conjunta de cooperación política y económica que tenga como finalidad la ayuda al desarrollo de esa África marginada de la esperanza. De lo contrario, no habrá quien le ponga puertas al mar.

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