Opinión | Inventario de perplejidades
José Manuel Ponte
De unos gallegos a otros
Casi nadie contaba con que Rajoy, tras su cese como presidente del Gobierno, confirmase tan rápidamente su retirada de la escena política. Primero renunció a su acta de diputado y provisional jefe de la oposición, luego, a su derecho a ocupar un puesto en el Consejo de Estado, y por último pidió el reingreso en su plaza de registrador de la propiedad en Santa Pola (Alicante). Una población costera que se hizo famosa porque era el lugar donde se retiraba para pescar don Santiago Bernabéu, presidente del Real Madrid en los años gloriosos de las cinco copas de Europa. Dato que el señor Rajoy, aficionado como es a la lectura de la prensa deportiva, y conspicuo seguidor del equipo blanco, no puede ignorar.
El caso es que, la retirada de Rajoy, y sobre todo la subsiguiente apertura de un proceso para escoger a la persona que habrá de sucederle, ha descolocado a los posibles aspirantes no dejándoles mucho margen para tejer alianzas ni afianzar sus apoyos ante la militancia. Una situación incómoda en una formación con un sentido patrimonial del poder que, al menos hasta la fecha, prefería organizar el proceso sucesorio mediante designación del jefe de filas y no expuesto al albur de unas elecciones internas. Y aún se recuerda con espanto en el PP que la primera sucesión de Fraga por métodos democráticos supuso la sorpresa de la elección de un desconocido Hernández Mancha, al que se comió con patatas Felipe González en la primera confrontación parlamentaria. A partir de entonces, el error no se volvió a cometer y el viejo líder escogió a Aznar como heredero, previo un conciliábulo entre notables en su residencia de verano de Perbes (A Coruña). Luego Aznar escogió a su vez a Rajoy en una terna (resabios franquistas) en la que también figuraban Rato y Mayor Oreja.
Se especulaba con que Rajoy hiciera algo parecido, si agotada la legislatura actual no decidiera presentarse de nuevo a la reelección, pero la moción de censura arruinó todas las previsiones y, lo que es peor aún, abre demasiados interrogantes. En los medios se señalaba como posibles sucesores al presidente de la Xunta, Núñez Feijóo, a la exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría y a la actual secretaria general del PP, Dolores de Cospedal.
Si hemos de creer lo que se dice en los mentideros madrileños el favorito para aspirar a la sucesión sería el señor Feijóo, que lleva unos años ostentando la condición oficiosa de delfín. A última hora, el político de Os Peares confirmó su renuncia a presentar su candidatura, dado que su máxima aspiración -y ya está cumplida- fue la gobernación de Galicia.
Al margen de todo eso, la posibilidad de que un gallego pudiera haber sustituido a otro gallego al frente de la gobernación del país no haría sino confirmar una larga tradición de la política española. Una tradición que se remonta a Eugenio Montero Ríos, a José Canalejas, a Eduardo Dato, a Manuel Portela Valladares (por cierto, también registrador de la propiedad como Rajoy), a Santiago Casares Quiroga, al dictador Francisco Franco, a Manuel Fraga y, hasta hace unos días, a Mariano Rajoy.
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