Opinión | Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La decisión

A estas horas, y tras las dos jornadas de reflexión que el señor Feijóo se ha concedido para decidir -se supone: en realidad todo hasta ahora no ha sido otra cosa que suposición, pues el presidente nada ha dicho ni sugerido- si se presenta a la elección para gobernar el PP, parece llegado el momento de que anuncie qué hará. Porque aunque permanezcan algunas dudas -quizá sobre todas la de con quién se enfrentará: de sus principales rivales potenciales ninguno/a se ha pronunciado, acaso esperando a conocer la voluntad de su señoría-, cualquier retraso mayor sería extraño y poco explicable.

Dicho eso, procede añadir que las dudas del jefe del Ejecutivo gallego son naturales y responsables. Sobre todo la que él mismo calificó como "principal", y que se relaciona con su lugar al frente de la Xunta y los compromisos adquiridos con los gallegos. Pero habrá de meditar acerca de si esos compromisos no se enlazan directamente con el PP, su ideario y programas, lo que extendería su vínculo no solo a las personas, sino tambien a las siglas. Y, si es así, la necesaria reforma que reclama, y que muchos creen que es una tarea a la medida de don Alberto.

El propio presidente lo sabe, aunque no lo admita tal cual. Y lo sabe porque en 2016, y tras las dos amargas victorias del señor Rajoy en las generales sucesivas, el dirigente gallego acudió a las autonómicas sin negar su militancia, por supuesto, pero situándola en un plano algo inferior al de su curriculum personal porque lo entendió más útil. El resultado fue claro y significativo: la única mayoría absoluta del PP en comunidad alguna e incluso la única de alguien en cualquier autonomía. Y ése es un mensaje que no admite más que una lectura si se sabe interpretar.

No se trata en modo alguno de defender una condición mesiánica en el señor Feijóo, ni de proclamar que es el único que puede guiar a su partido en el camino del retorno al poder. Quizá haya otros -u otras- capaces también, pero quienes suenan significan demasiado la continuidad, aún con reformas, cuando lo que el PP necesita es, y don Alberto es consciente de ello, no un lavado de cara -como ya se ha dicho- sino una revisión tal de estructuras que de ella habría de salir como Alfonso Guerra dijo en 1982 de la España del PSOE: que, salvo en el ideario, "no lo reconozca ni la madre que lo parió". Con perdón.

El titular de la Xunta, en fin, hará lo que crea más conveniente para Galicia, para su partido y para él mismo, y su decisión debe ser respetada porque es seguro que no la tomará desde una perspectiva meramente egoísta. Desde luego quienes trabajan con él y la gran mayortía de los que le votaron desearían que siguiese aquí, pero también que si lo hace y el PP sale trasquilado de la sucesión del señor Rajoy, las esperanzas de un triunfo absoluto en este antiguo Reino, con guerras internas en casi todas partes, sería poco menos que una quimera aún con el presidente compitiendo aquí por cuarta vez. Y por la oposición no deberá preocuparse: desde la visión miope y torpe que mantiene, lo descalificarán igual decida lo que decida. Y, si no, al tiempo.

¿Eh?

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