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Chao, hablamos

Nada nuevo descubriré si digo que la lengua, el idioma, es una creación genuinamente democrática. Es el pueblo quien manda en las palabras; las crea, las transforma, les da nuevo significado, en ocasiones recicla las antiguas para nombrar cosas nuevas (azafata), otras veces las entierra en el olvido, o resucita vocablos después de muertos (gobernanza) o, en fin, lexicaliza marcas comerciales (michelín). Es la lengua como una secreción popular, como del derecho decían los juristas de la antigua Escuela Histórica. El derecho y la lengua, que tan hermanados se encuentran, nacerían espontánea y directamente de lo más profundo del espíritu del pueblo (Volksgeist), sin intervención de la razón.

Que el pueblo es soberano creador de la lengua lo demuestran aquellas palabras que por el uso empecinado de los hablantes han pasado a significar cosa distinta de su acepción originaria. Ocurrió así, por ejemplo, con la palabra "enervar"; según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), significa, en su primera acepción, debilitar, quitar las fuerzas, y en la segunda, debilitar la fuerza de las razones o argumentos. Es un vocablo familiar en el ámbito jurídico donde se habla de enervar el desahucio cuando, estando en curso el proceso, se paga la renta debida y se evita así el lanzamiento. Pero por similitud fonética, por una suerte de paronimia entre enervar y nervio, el pueblo hablante ha asociado enervar con "poner nervioso". Y con ese sentido se decía que una persona -o una situación- "me enerva", o sea, me pone nervioso, significado que nada tiene que ver con el primigenio de la palabra.

Pero tan insistente ha sido el pueblo soberano en decir que se "enervaba" cuando algo le ponía de los nervios, que el DRAE ha terminado por acatar la voluntad popular y hoy figura "poner nervioso" como tercera acepción del verbo enervar.

Ese poderío popular en materia de lenguaje se refleja también a la hora de importar palabras. Hay incorporaciones que se explican por los avances de la técnica; es el científico el que lleva a cabo la tarea adánica de dar nombre al producto de su creación; como es lógico, lo hace en su lengua, y desde esa posición coloniza aquellas otras en las que no hay vocablo hábil para designar la invención. Pero hay otras importaciones léxicas que nada tienen que ver con la innovación técnica, y que el hablante, el pueblo llano, asume por simpatía, mimetismo o esnobismo.

Véase, por ejemplo, la palabra "chao", cada vez más usada como fórmula coloquial para despedirse. Hoy la recoge el DRAE con el significado de "adiós o hasta luego". Sin duda, está tomada del italiano "ciao", aunque en esa lengua no está reservada exclusivamente para la despedida; también el encuentro entre dos personas puede celebrarse con un "ciao". El caso es que el vocablo ha sido acogido y parece que se va haciendo un hueco en nuestra lengua. Por mera apreciación empírica, diría que su uso prendió primero en los estratos sociales menos cultos, los de habla más vulgar, pero creo advertir una cierta expansión lenta y parcial hacia franjas sociales más cultivadas. Por otra parte, hemos ido españolizando su uso; por ejemplo, no es infrecuente la forma duplicada: "chao-chao", como si de un solo vocablo se tratase, y que algunos hablantes lo pronuncian con tal velocidad y viveza que se abrevia en un espasmódico "cha-chao". Reconozcan conmigo que el palabro está a medio camino fonético entre la onomatopeya del estornudo y una reverente salutación en chino.

Otra forma novedosa de poner punto final a un encuentro, a modo de despedida, es la utilización de la expresión verbal "hablamos", que tanto puede ir sola como acompañada de otros términos de relleno como "venga", "vale" o incluso el propio "chao". Se utiliza en tiempo presente, pero sostenido, proyectado en el tiempo, como si aspirara a servir de sutil ligadura entre quienes se despiden. Tal vez se quiere decir algo así como "seguimos en contacto". La expresión remite, pues, a un momento ulterior, deliberadamente incierto. Es similar a otro ritual cortés que invita a un encuentro en tiempo venidero: "a ver si quedamos un día". El "hablamos" es tal vez fórmula más ambigua y etérea, compromete menos porque no implica necesariamente un encuentro personal. Ni que decir tiene que la reacción del interlocutor así despachado será diversa, en función de las circunstancias. Si el sujeto que me despide con un "hablamos" es un plasta que padece verborragia, exclamaré para mis adentros: "No, por favor, más no". Pero si es mujer interesante y atractiva, ese "hablamos" se nos antoja una suerte de sutil cordón umbilical que envuelve de esperanza la despedida.

Tanto el "chao" como el "hablamos" admiten formas compuestas entre sí o combinadas con "vale", "bueno" o similares. Pero ninguna como la usada por una querida e inteligente amiga, muy permeable a las modas nuevas del lenguaje, que solía poner fin a la conversación telefónica enhebrando esta despedida encadenada: "Bueno, venga, vale, chao, hablamos." ¿Hay quién dé más?

*Magistrado de la Audiencia Provincial en Vigo

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