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De vuelta y media

El Mercantil, baile, teatro y juego

La sociedad estrenó el Coliseum en los Carnavales de 1932, su cuadro artístico tuvo mucho éxito, y el billar y el ajedrez envidaron al póker y la ruleta (II)

El Círculo Mercantil e Industrial de Pontevedra nació con el baile incrustado en su ADN; o sea como un fin primordial para el disfrute de todos sus asociados. La sociedad recreativa organizó sus primeras fiestas de Carnaval en 1930, cuando acababa de cumplir un año de vida, y lo hizo a lo grande porque se adelantó al Liceo Casino en el alquiler del Teatro Principal, que años después llegaron a compartir con Recreo de Artesanos.

También el Círculo Mercantil estrenó de verdad el cine Coliseum con aquellos bailes a principios de febrero de 1932, quince días antes de su inauguración, tras firmar un acuerdo con la empresa propietaria.

Por si esa novedad no fuera suficiente, la sociedad incluyó un baile de niños que permaneció mucho tiempo en el programa festivo, y puso el broche final con una magnífica cena en el propio cine a 12,50 pesetas el cubierto, con un menú imposible: embutidos variados, langosta, lacón con grelos, rodaballo o merluza a elegir, y cabrito asado, tarta de almendra, orejas, flores, quesos y frutas, todo ello regado con vinos del Ribeiro. Esa misma combinación de cena y baile repitió más tarde el Liceo Casino en el Teatro Principal.

Entonces comenzó a labrar el Círculo Mercantil su reconocido buen ojo en la contratación de las mejores orquestas para sus bailes legendarios. A la Orquesta Pontevedresa, que comandaban Justo Nieto y Jesús Taboada, siguió la orquesta Celta Jazz que dirigía Agustín Estévez, en su primer baile de Reyes en 1934. Diez años después allí empezó a forjarse la leyenda de las orquestas Poceiro y Florida, que amenizaron incontables celebraciones; o sea la Panorama y la París de Noia de ahora.

La sociedad también fue pionera con la programación veraniega que desarrolló en la Casa de Baños de Placeres en 1930, el mismo año que el Liceo Casino estrenó el parque de Mollabao. Rebautizado después de la Guerra Civil como Parque Casablanca, allí organizó el Círculo Mercantil unas cuantas verbenas en distintas épocas. Otro tanto hizo después en un parque acondicionado junto a la Escuela del Trabajo, frente la salida trasera del cine Victoria, cuando Pascual Alcalde estaba al frente y se desvivía por la sociedad.

Todos los domingos de invierno había un asalto-baile de tarde, y cualquier festividad parecía buena para programar un baile tras otro: San Juan, la Peregrina, el Día de la Raza, la Inmaculada, Navidad, Fin de Año, Reyes?.El Círculo Mercantil era una fiesta y miedo daba el enorme cimbreo de su piso de madera, cada vez que el festejo adquiría su máximo apogeo en su celebrada sede de la cuesta de Carrillo.

Aquella vibración tan apreciable del suelo inspiró la letra de una cancioncilla que entonaban los jóvenes en plena faena, hasta que la autoridad competente no tuvo otro remedio que prohibir aquellos bailes en 1958 en prevención de una catástrofe. El presidente Antonio Hereder sufrió lo indecible con aquel marrón, pero encontró pronto acomodo en la planta baja del antiguo Hotel Engracia, que estaba en desuso. Años después allí construyó el Casino Mercantil su primera sede propia, un episodio clave que contaremos la próxima semana para cerrar su historia olvidada de medio siglo atrás.

Cuando Pontevedra parecía una olla a presión por la efervescencia republicana, un grupo de asociados jóvenes solicitó el permiso de su directiva para formar un "cuadro artístico", con la finalidad de efectuar representaciones benéficas. Su constitución espontánea surgió como respuesta a una iniciativa lanzada por el gobernador civil, Víctor Manuel Becerra, para crear un refugio de pobres y mendigos con los fondos recaudados.

El llamamiento realizado logró una extraordinaria acogida, hasta el punto de que, en solo una semana, la nueva sección de Bellas Artes ya era realidad. Unos cuarenta chicos y chicas se pusieron manos a la obra, nunca mejor dicho, bajo la dirección del maestro Faustino Temes. Tras un pequeño debate interno, el grupo afrontó el reto de poner en escena La marcha de Cádiz, una zarzuela cómica con letra de Celso Lucio y Enrique G. Álvarez, y música de Valverde y Estellés.

A base de ensayos diarios, con mucha voluntad y enorme entusiasmo, el Cuadro de Declamación del Círculo Mercantil anunció el estreno de la obra para el viernes 18 de mayo de 1934, a las siete y media de la tarde en el Teatro Principal. La expectación fue máxima y nadie quiso perderse su debut que, además, respondía a una buena causa.

Una orquesta compuesta por 25 profesores bajo la batuta del maestro Temes cumplió a la perfección su labor de acompañamiento de aquel joven elenco. Un dúo interpretado por Mina Tilve y José Sesto se llevó los mayores elogios, junto al coro de voces masculinas de Sanmartín, Corbal, Seoane, Carrascal, Díaz, Igualada, Pereira y Del Río, entre otros. Y aquella noche maravillosa terminó con una cena de homenaje al maestro Temes Diéguez, principal artífice del éxito obtenido.

El Cuadro de Declamación se refundó en los años 40 y ofreció espectáculos muy aplaudidos como, por ejemplo, el drama Mal año de lobos, de Manuel Linares. Mariano de Flórez, Lola Villaverde, Santiago Mariño y Manolita Martínez eran los protagonistas; pero allí estaban los jóvenes Sabino Torres y Francisco Calvo, cuanto todavía no era Xan das Canicas.

El juego también ocupó el ocio y algo más de muchos socios del Círculo Mercantil o Casino Mercantil, bien con el billar y el ajedrez en su lado fino, bien con el póker y la ruleta en su lado golfo, aunque tolerado de aquella manera.

Más que de vista gorda habría que hablar de ceguera dentro de un orden; o sea no pasaba nada si la timba estaba bajo control, como ocurría en este caso. Encima de las mesas de la entidad nunca había billetes, sino fichas, que canjeaba el conserje de turno. Algunos pontevedreses perdieron allí hasta la camiseta. De ciertas familias arruinadas se hablaba en voz baja, pero todo el mundo conocía los nombres y apellidos de aquellos pobres desgraciados, que omitimos adrede por respeto a sus descendientes del todo inocentes.

La mesa de chapó y billar no faltó en su primer local de Michelena, y la irrupción del ajedrez llegó más tarde, con los legendarios Estévez, Fraga, Jiménez o Losada, quienes contribuyeron mucho a su divulgación y aprendizaje entre los jóvenes pontevedreses.

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