Es un grito de rabia el proferido por el escritor Roberto Saviano en la columna que, bajo el provocador titulo de "El antitaliano", publica regularmente en el semanario "L´Espresso".
"Racistas, no os daremos tregua y haremos que lamentéis el día en que, por egoísmo, interés o pura maldad, decidísteis, porque lo habéis decidido, haceros racistas", escribe el autor de "Gomorra".
Saviano se refiere a la muerte en su país del maliense Soumayla Sacko, trabajador y sindicalista de 29 años abatido por disparos de unos desconocidos en Calabria mientras trataba de recoger material para techar las chozas en que vivían otros braceros africanos.
El así salvajemente asesinado, que tenía todos los papeles en regla, era uno de tantos miles de inmigrantes, muchos de ellos ilegales, que trabajan en la recogida del tomate y otras tareas del campo.
Trabajadores de los que, aprovechando en otros casos su situación irregular, se aprovechan individuos sin escrúpulos para pagarles salarios de miseria por jornadas de trabajo inhumanas.
"Sacko tenía un permiso de permanencia (en el país). No quiero ni pensar qué ocurre con los que carecen de esos papeles", escribe Saviano, él mismo perseguido por la Mafia y obligado a llevar escolta permanente.
Según denuncia "L´Espresso", en los últimos seis años son ya más de 1.500 los braceros muertos en medio de la indiferencia general en los campos de Italia.
Braceros africanos como Sacko, pero también rumanos, polacos, del Magreb y muchos, en realidad la mayoría, de la propia Italia porque la explotación no entiende de nacionalidades.
Asfixiados o carbonizados, muertos a bastonazos o a cuchilladas, atropellados por algún tractor o víctimas de un infarto, apenas si son noticia en algún diario local.
¿Cuántos de entre esa carga humana que se dirige ahora hacia el puerto de Valencia, tras ser rechazada por el nuevo y xenófobo Gobierno italiano, se convertirán también en braceros miserablemente explotados en cualquier lugar de Europa?
