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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El silencio

Uno de los datos que probablemente reforzarían la idea de que éste es un país "raro" -al menos para quien no conozca el modo de hacer política aquí- sería el que se refiere al silencio que ha caído, -tras la moción de censura que acabó con el gobierno del señor Rajoy- sobre asuntos calificados de "vitales", y de urgente solución, hasta hace apenas dos semanas. Un silencio que confirma las sospechas de quienes entendían la anterior agitación y estruendo como elementos de una estrategia combinada para hacer caer al equipo que dirigía don Mariano a la vista de que, a pesar de todo, resistía el temporal.

No se trata de condenar o bendecir esa estrategia, en la que los sindicatos jugaron un papel destacado pero no decisivo, por más que sus dirigentes crean lo contrario. Pero sí de resaltar -y recordar- que existió aunque se niegue y, sobre todo, de destacar además la impostura de no pocos de los protagonistas, que agitaron las calles para exigir la derogación de elementos claves de la política anterior y que ahora no sólo callan sino que disimulan su mansedumbre ante la evidencia de que aquellas exigencias se han quedado en nada o en simples "retoques".

El caso más flagrante es el de la reforma laboral, casus belli para los sindicatos y para la izquierda radical -incluida la que aún queda en el PSOE- y que ahora se conforma, como la patronal, con mantener lo anterior con alguna modificación de detalles. Y otro ejemplo, el de los salarios, mínimos o medios: para los primeros se acepta un 2% de aumento, quizá con una décima más vinculada a la productividad, lo que hace poco se consideraba como una especie de insulto para la "clase trabajadora". Y no se exagera, como tampoco al citar a los pensionistas: basta con acudir a las hemerotecas en auxilio de los desmemoriados.

Es cierto que como réplica a la extrañeza que produce el silencio, o la desmovilización, podría argumentarse la concesión por los protestantes del habitual periodo de cortesía -los famosos "cien días"- que se otorga a un nuevo gobierno. Pero sería una respuesta débil, primero porque los asuntos eran de los que no admitían demora para los reclamantes, y, segundo, porque el equipo del señor Sánchez dispone, en principio, sólo de la mitad de tiempo -casi nadie espera ya que convoque elecciones anticipadas- para hacer lo que como quien dice anteayer exigía con tanto ahínco.

Hay otra cosa: cuando don Pedro se presentó ante el Congreso de los Diputados para defender la moción de censura que lo llevó a Moncloa apenas cumplió el requisito de exponer a la Cámara un programa de gobierno. Es por tanto imprescindible que no pierda ni un segundo para informar de sus propósitos a la población y sobre todo que no haga lo mismo -pero con retoques- que el anterior gabinete. Porque de ese modo reduciría su actuación a una especie de epístola moral, y no parece estar en condiciones -y más aún tras el "caso Màxim" pese a resolverlo enseguida-, y ya ni se diga de otros en su partido, de dar lecciones de esa asignatura. Dicho como siempre, con todo respeto.

Conste.

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