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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

El primer Mundial televisado

El primer Mundial de Fútbol que pude ver por televisión fue el que tuvo lugar en Chile en el verano de 1962. Un acontecimiento sensacional porque la televisión única de la dictadura había sido inaugurada oficialmente el 28 de octubre de 1956 y solo alcanzaba a verse, y para eso no con demasiada nitidez, en algunos lugares de Madrid. Y menos mal que, tres años más tarde, en 1959, se amplió la recepción de imágenes a la mayor parte del territorio nacional y en la periferia pudimos disfrutar de lo que en la Europa desarrollada ya era conocido desde poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial.

A casa de mis padres, en cambio, tardó un poco más en llegar, porque el cabeza de familia recelaba de que no resultase un electrodoméstico perturbador de las primordiales tareas de estudio y sana diversión. Afortunadamente, mi padre también era aficionado al fútbol y, ante el anuncio de la retransmisión televisada de los partidos del Mundial chileno, dimitió de su labor obstructiva y se avino a instalar en la sala de estar el polémico aparato. Una decisión acertada porque -todavía en blanco y negro- pudimos asistir a un acontecimiento que se desarrollaba a miles de kilómetros de distancia.

En el Mundial chileno de 1962 hubo grandes equipos y grandes jugadores y el gran aliciente fue ver en directo a los que solo conocíamos a través de la prensa escrita, de la radio y de los noticiarios filmados. Estaba, por ejemplo, el Brasil que había maravillado cuatro años atrás en el Mundial de Suecia, primer título con el que la canarinha se desquitó de la humillación sufrida en la famosa final de Maracaná a pies de Uruguay. Una selección brasileña en la que formaban, entre otros destacados jugadores, un jovencísimo Pelé, un director de orquesta como Didí, el inventor de la folha seca, y dos puñales por las bandas como Zagallo y Garrincha que asumió la difícil tarea de sustituir a un lesionado Pelé junto con el debutante Amarildo.

Estaba también Checoslovaquia, con el elegantísimo mediocampista Masopust, que luego fue Bota de Oro, el poderoso defensa Popluhár, y el sobrio portero Viktor. Por cierto que, esas dos selecciones, que estaban en el grupo de España, acabaron por disputar la final del campeonato que acabó ganando Brasil.

La selección española, en cambio, fue la gran desilusión. Formaban en ella jugadores extraordinarios como el argentino Di Stéfano, el húngaro Puskás, el uruguayo Santamaría y el paraguayo Eulogio Martínez, que habían sido previamente nacionalizados. Los tres primeros estaban ya en la avanzada treintena y el cuarto era un virtuoso del balón al que vimos hacer con el Barcelona un regate imposible que hizo perder al defensa que le marcaba el sentido de la orientación. Y junto a ellos, talentos nativos como Luis Suárez, Del Sol, Gento, Peiró, Collar y Garay. Por si fuera poco, el entrenador era Helenio Herrera, un estratega impresionante al que se suponían poderes mágicos. Sobre el papel era un favorito claro a disputar el título pero en la práctica resultó un equipo vulgar. Lo que viene a confirmar que la sola acumulación de figuras no garantiza nada. Y ahora a ver qué nos depara el Mundial de Rusia que empieza con el polémico cese de Lopetegui.

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