En la Unión Europea la migración interior, es decir el traslado de trabajadores y profesionales de un país a otro del espacio europeo entendido como una de las libertades básicas fue recogida en la Acta Única Europea de 1986 donde se estableció el libre movimiento de personas, capitales y servicios, casi treinta años después del tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea, del 1957. Esta situación supuso un salto importante para la migración intraeuropea de trabajadores que hasta entonces afectaba de forma relevante a los nacionales de los países del sur de Europa, primero los italianos, después de españoles y portugueses que nutrieron la base operativa laboral de los países del centro y norte de Europa desde el fin de la Segunda Guerra mundial hasta finales de los años setenta y que adolecía aún de garantías de derechos y obligaciones que debería conllevar la convivencia de los países europeos dentro de la Unión.

El gran avance acaecido en los ochenta ha cumplido ya otros treinta años más y felizmente los trabajadores de los países de la Unión que lo desean pueden encontrar sus salidas profesionales en otros países, cumpliendo determinadas condiciones, pero que no tienen parangón en áreas económicas y países de otras partes del mundo, donde las fronteras están cerradas a cal y canto a las pretensiones de trabajadores que quieren trasladarse a trabajar, por tanto los ciudadanos europeos pueden trabajar en los países de la Unión, sin necesidad de contar con visado, pasaporte y permiso de trabajo.

La historia de la migración intraeuropea ha experimentado también una gran transformación, debido fundamentalmente al desarrollo de las economías con sus procesos de mejora de la productividad y avance tecnológico, pero también por un proceso inusitado de envejecimiento de la población, lo que ha motivado que las necesidades de trabajadores ya no son efectivos de mano de obra de baja cualificación, sino todo lo contrario. Los países europeos fundamentalmente del centro y norte demandan profesionales muy cualificados y vemos cómo día a día los jóvenes de países como España, mejor formados, encuentran mejores salidas en otros países europeos.

Tenemos por tanto el desafío de fortalecer la identidad europea que ayude a generaciones futuras saber de dónde venimos y a dónde vamos.

*Economista