Temían los más aprensivos que el recién llegado Pedro Sánchez fuese a perpetrar una zapaterada de gobierno; pero lo cierto es que finalmente pergeñó un gabinete de lo más apañado. Tanto, que ni siquiera ha llamado especialmente la atención la circunstancia de que la mayoría de sus miembros pertenezcan al sexo femenino. Igual es que vamos madurando.
Ya no es noticia, por fortuna, que en el Consejo de Ministros (o más bien de ministras) el número de damas exceda en mucho al de caballeros. Ocurre lo mismo en la Universidad, donde las chicas superan desde hace años en cantidad y a menudo en éxito académico a sus colegas varones. Son, además, una mayoría casi abusiva en el cómputo de gente aficionada a la lectura en este país, dato que tal vez explique lo mucho que les hacen la pelota a las señoras algunos escritores, otrora misóginos.
Choca esta superioridad general con el hecho de que, a pie de fábrica y de oficina, las mujeres sigan cobrando menos que los hombres por un mismo trabajo; pero esta es cuestión fácil de resolver sin más que dar un buen uso a ese cuaderno mágico que es el BOE. Una vez adquiridos hábitos nórdicos en cuestión del reparto de sexos, parece lógico que los nuevos (y especialmente las nuevas) mandamases no se hagan el sueco ante la necesidad de resolver esa injusticia salarial.
Esto no es aún Noruega, para qué engañarnos; pero tampoco la España carpetovetónica de los mesones de cartera con pergamino en la pared, soberano en la copa, aroma de ajo y paisanos con el palillo entre los dientes. Aquel país macho y algo bronco de maneras ha pasado a ser, en gran medida, un recuerdo o a lo sumo una parte marginal de la sociedad.
Hemos perdido pintoresquismo entre los turistas que imaginaban una península poblada de toreros valientes y mujeres de navaja en la liga, es verdad; pero a cambio les dejamos disfrutar de un país desarrollado, seguro, con excelentes comunicaciones y de hábitos inesperadamente modernos. Con mucho político corrupto, ciertamente; pero tampoco hay por qué flagelarse en exceso. La del trinque es una rutina que se extiende a casi cualquier país de Europa; y de la que ya daban noticia hace un par de milenios los cronistas del Imperio Romano. Seguirá existiendo mientras la tentación de la caja y de la coima existan.
Tan grande cambio en el paisaje sociológico no se ha hecho en un día ni en una década, como es natural; lo que prueba que no se trata de un asunto ideológico vinculado en exclusiva a la izquierda o a la derecha. Si acaso, habría que buscar su desencadenante en el ingreso de España en la Unión Europea, selecto club de naciones que tanto ha contribuido -y no solo con dinero- a quitarnos a los peninsulares el pelo de la dehesa.
La irrupción de las mujeres en el Gobierno -y la naturalidad con la que ha sido recibida por la mayoría de la población- es el último signo de que las cosas han cambiado sustancialmente en este país al que la modernidad se demoró en llegar mucho más de lo que hubiera sido deseable.
Otra cosa, y bien distinta, es que Sánchez y sus nuevas gobernantas hayan llegado al poder con el magro sustento de apenas una quinta parte de los diputados del Congreso, lo que sin duda limitará su capacidad de mando. Ahora les queda demostrar su pericia en el encaje de bolillos, que es habilidad más bien femenina. El tiempo dirá.
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