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Matías Vallés.

Al Azar

Matías Vallés

O Sánchez convoca o le convocarán

Obligado a negociar hasta el color del banco azul, el Gobierno ganará en solidez y perdurabilidad si fija una fecha de caducidad, por lejana que sea, para neutralizar a los depredadores obstinados en abreviar su trámite

A Pedro Sánchez, lo peor que puede pasarle ya le ha pasado, la decapitación a cargo de los propios para solaz de los ajenos. El Comité Federal socialista lo desolló a latigazos, pero Maquiavelo aconsejaba cerciorarse de que los enemigos quedaban bien muertos. La sangrienta ceremonia iniciática de octubre de 2016 forjó a un hombre llamado a caballo. Migró de socialista de partido único a único líder del partido socialista. Los jarrones chinos llamados González o Zapatero se tambalean a su galope.

A Sánchez le traicionaron los suyos en la embestida de Ferraz, y los ajenos en la investidura fallida del Congreso. Ha vuelto sin necesidad de debate de proclamación, ni de barones alevosos. Una persona así no interpreta sus probabilidades en términos de debilidad o fortaleza. Persigue únicamente seguir adelante, en un mundo cada vez más obediente a las leyes de Mad Max. Llaman temerario a su Gobierno quienes tildaron de temeraria su moción de censura, por qué tendría que atenderles.

Al prescindir de vacas sagradas, Sánchez definirá al Gobierno en lugar de ser definido por sus ministros. El presidente no anda sobrado de inteligencia, pero intuye que sus verdugos internos y externos tampoco son unos linces. La buena noticia es que no se ha dejado atenazar por las miserias de la política inmediata, y ha diseñado un gabinete ambicioso. La mala noticia es que se trata de un ejecutivo para durar, y la longevidad es la única característica de este Gobierno que no depende de Sánchez.

El presidente del Gobierno de las cien horas, el tiempo transcurrido entre la toma de posesión presidencial y el alumbramiento del gabinete, cuenta con Pedro Duque para curarle el vértigo de la acrofobia. Sin embargo, la convicción de que Sánchez gozará de más oportunidades si vuelve a estrellarse en esta ocasión, no pesa lo suficiente para desaprovechar la coyuntura. Para ello, el suertudo Aquiles debe reparar en su talón, este Ejecutivo es mortal.

O Sánchez convoca elecciones, o se las convocarán. Obligado a negociar hasta el color del banco azul, el Gobierno ganará en solidez y perdurabilidad si su presidente fija una fecha de caducidad por lejana que sea, para así neutralizar a los depredadores obstinados en abreviar su trámite. La promesa de las urnas es el único vínculo que puede unir a sus enemigos, aunque al PP le aterrorice ahora mismo la perspectiva de unos comicios.

Al país le costó acostumbrarse al quietismo exasperante de Rajoy, pero la ciudadanía ha de espabilar porque dispone de mucho menos tiempo para habituarse a interpretar los signos del nuevo presidente. Cuando Sánchez se envuelve en una aparatosa bandera española, no transmite su veneración al símbolo, sino la gigantesca indiferencia que le permite utilizarlo en las condiciones más favorables para sus intereses. ¿Cinismo? No, por favor, este cálculo queda lejos de las licencias al alcance de un político educado hasta el extremo. En el capítulo de las creencias se halla más cerca del eclecticismo de Suárez, obligado a pilotar el Gobierno contra todos los principios que había mamado. En ambos, el principio de utilidad favorecía el nombramiento simultáneo de ministros en apariencia incompatibles.

Máxim Huerta no merece ser titular de Cultura, y provoca sonrojos al evocar a Malraux en su toma de posesión. Sin embargo, esta conclusión solo significa que la mayoría de españoles no colocarían al presentador televisivo en posición tan preeminente, si estuviera en su mano. La descalificación del ministro viene compartida por quienes no leen los libros del valenciano ni otros tomos más enjundiosos, pero aún así están poseídos por una imagen muy definida sobre el currículo exigible a un hombre culto.

Sánchez no tiene por qué diferir de la valoración abrumadoramente negativa de su digitado Huerta, pero se atreve a promocionar a la primera víctima propiciatoria de su Ejecutivo. Y mientras con una mano distrae al público, con la otra hace aparecer a Borrell o Grande Marlaska, que considera más necesarios. Y que deberían ser más conflictivos que el responsable de un departamento encargado un día a Esperanza Aguirre.

La mujer es el mensaje del Gobierno de Sánchez, pero la incrustación de Duque o Huerta no solo populariza el gabinete, también ofrece al espectador impenitente la ficción de que participa en su construcción. De ahí que sea el Ejecutivo más debatido de los últimos tiempos, un ejemplo de política colaborativa. También tiene garantizada la corta duración, otra cualidad que no se transmite automáticamente a su presidente.

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