El nuevo Gobierno está compuesto por especialistas de prestigio cuya esmerada elección persigue transmitir tranquilidad. Pedro Sánchez se ha cuidado en simbolizar que llega libre de ataduras con quienes le auparon. Con Borrell, contrapesa al independentismo y la propaganda exterior. Con la gallega Nadia Calviño, una ortodoxa de la economía, exdirectora del Presupuesto comunitario, coloca un dique al gasto que exigirá la izquierda populista, disipa los temores de la UE y calma a los mercados. Las mujeres, como corresponde a la realidad social y a los tiempos, adquieren un papel preponderante. A falta de representantes del socialismo gallego en el Ejecutivo, lo que verdaderamente interesa a Galicia es que además de mantenerse los compromisos adquiridos, como la conclusión de infraestructuras claves con el AVE a la cabeza, hallen respaldo asuntos tan relevantes como un nuevo sistema de financiación que cubra las carencias de la comunidad, la variante de Cerdedo, la conexión con el Corredor Atlántico o la transferencia de la AP-9 demandada por todas las fuerzas políticas.

España funciona. Pese a las negativas opiniones de derrotistas y agoreros respecto a la calidad de sus instituciones, el país digirió en una semana un vuelco histórico, un cataclismo, con una normalidad digna de democracias antiguas de asentados cimientos. El sistema necesita cambios que perfeccionen la participación y el control, pero no cabe ponerlo en solfa, liquidarlo por degeneración o extender sombras de sospecha generalizadas. La despedida de Rajoy fue elegante. Además de una crisis de caballo, los coletazos del terrorismo y el golpe separatista, tuvo que aguantar al enemigo en casa, como evidenció Aznar sobre sus cenizas. La historia juzgará al mandatario gallego con mayor benevolencia que el presente

La provisionalidad no condicionó el nombramiento de ministros. La solidez del Gobierno en los perfiles profesionales contrasta con su extrema precariedad parlamentaria. El Presidente demuestra capacidad de convicción, recupera la centralidad electoral y reconforta a la vieja guardia socialista por la sensatez de su elección. De rebote, manda por un tiempo al PP a la enfermería, descuelga a Podemos y descoloca a Ciudadanos. Cosa distinta es que pueda gobernar. Le deseamos el máximo acierto, de ello depende el bienestar de los españoles, pero necesitará una habilidad descomunal. Del "todos contra Rajoy" es fácil saltar a todos contra un Sánchez en superior debilidad. A quienes le auparon ya les dejó sin expectativas y acusan el golpe.

El Ejecutivo exhibe en sus primeras horas buen talante y vocación de diálogo. Ministros catalanes negociarán con Cataluña y por si cabían dudas de connivencia vasca ahí está Grande-Marlaska, azote del radicalismo etarra, para marcar distancia. La gran amenaza seguirá siendo el independentismo. Simplemente el relevo rompe la sensación de enquistamiento en que había desembocado el pulso territorial. De cómo actúe el Gobierno ante el secesionismo depende su suerte política. Los ciudadanos están hartos del sistemático chantaje de partidos nacionalistas que, aprovechándose de la fragmentación, obtienen tajada en fuero y huevo de un país que nada les importa, según ellos mismos sin circunloquios proclaman. De cara al exterior, para la socialdemocracia europea, desalojada del poder excepto en Portugal, el éxito de Sánchez representa un oasis que seguro interesa cuidar.

En el Gabinete de Sánchez no figura representante gallego alguno de su partido, aunque ha logrado atraer de Bruselas a la coruñesa Nadia Calviño, la funcionaria de más alto rango en Europa -donde goza de enorme prestigio profesional-, para poner en sus manos la cartera de Economía. La Comisión Europea ha aplaudido su nombramiento, que puede ser vital para que Galicia no pierda peso ni fondos en la UE.

Pero con independencia de que haya más o menos gallegos en el Ejecutivo, lo importante para Galicia es que se mantengan los insoslayables compromisos ya adquiridos, el primero de ellos la culminación de la llegada del AVE. Habrá que confiar en que el cambio de la cartera de Fomento, a manos ahora del valenciano José Luis Ábalo, no suponga un corrimiento de intereses hacia el Eje Mediterráneo a costa de escamotear la inversión programada en nuestro territorio. Permaneceremos expectantes ante el cumplimiento de las cuentas, porque ahí, en el grado de ejecución que alcancen, radicará la clave de la valoración final que merezcan. De igual manera que está por ver si esta vez el papel mojado de la prometida conexión directa del AVE por Vigo, tantos años demandada como ignorada por todos cuantos gobiernos han sido, sale al menos del cajón perdido en que se encuentra. Lo mismo que con la nueva autovía Vigo-Porriño. Es una buena oportunidad para salir de dudas.

También es primordial para Galicia el nuevo sistema de financiación autonómica que se acuerde. Nuestra comunidad se juega un modelo justo y claro, sin pactos bajo la mesa, del que, con el escaso dinamismo actual y el elevado grado de subordinación a las prestaciones sociales, van a depender absolutamente sus cuentas y su estado del bienestar durante los próximos años.

Para Vigo y su área cobra especial significancia el relevo al frente del Consorcio Estatal de la Zona Franca, un ente clave en la estrategia y empuje industrial del territorio. Del acierto en su nombramiento dependerá en gran medida la captación y desarrollo de nuevas empresas así como la consolidación de iniciativas emprendedoras ya en marcha, todo ello en lógica sintonía con los intereses y demandas de la mayor ciudad de Galicia en la que está asentada.

Intereses y no valores guían las tácticas partidistas, y bloquean las respuestas útiles a las preocupaciones ciudadanas. Triunfa la retórica vacía, decae la acción. Las coaliciones son de rechazo, negativas, cuando contamos con la evidencia contraria: los frutos exitosos y duraderos nacen del entendimiento, la cooperación positiva. Los mejores tienen que retornar a la política. Aprovechemos también esta sacudida, un paso adelante en la madurez democrática, para reengancharlos a derecha y a izquierda. Para alentar otra vez el compromiso cívico y la búsqueda de consensos. Para que lo fácil sea ponerse de acuerdo en lo que une a la mayoría.