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el desliz

Consejo de ministras

Pues claro que la resurrección del Ministerio de Igualdad, esta vez con rango de vicepresidencia de un Gobierno de mayoría femenina, es la mejor de las noticias. Será la tabla con la que cogerla ola del 8-M, y manda claro el mensaje de que las cuotas se han de superar, sí, pero por la izquierda y con más feminismo.

Me apetece mucho comprobar si la caverna se ensañará con Carmen Calvo con la mala baba demostrada hace diez años hacia Bibiana Aído, la precursora ridiculizada y caricaturizada por defender cosas que hoy nos parecen muy obvias. La mera existencia de una cartera de Igualdad se le cuestionó a José Luis Rodríguez Zapatero como un derroche de dinero público cercano a la malversación, y el ministerio acabó convertido en secretaría de Estado en cuanto se tuvo que sacrificar algo accesorio en el altar de la crisis.

De manera que, gracias a Pedro Sánchez, la carcundia se verá obligada a insultar, menospreciar y afrentar a toda una vicepresidenta, y ya estaremos jugando en otra liga, amigas. Espero grandes polémicas y discursos incendiarios desde la derecha, porque eso significará que se están desarrollando políticas valientes. El escaso recorrido que los entendidos auguran a este gobierno salido de la moción de censura invita a arriesgar. Para empezar, y tal y como se ha sugerido ya al presidente socialista, se podría convocar mañana mismo el primer Consejo de ministras de la democracia.

Porque el masculino genérico se nos está quedando obsoleto para describir una reunión de once mujeres y cuatro hombres. El masculino genérico no se lleva esta temporada. El masculino genérico suena a masculino a secas, luego describe mal al Gobierno y no sirve para nombrarla realidad. Sería, por ende, un gran corte de mangas a la Real Academia de la Lengua, empeñada a ofrecer su peor versión cada vez que tercia en un debate público.

El último lo ha suscitado una empresa aceitera del municipio cordobés de Lucena, que ha sido denunciada por Comisiones Obreras por no pagarlos atrasos a sus empleadas, alegando que en el convenio colectivo consta que dicho montante lo deben percibir los trabajadores, pero no especifica que también las trabajadoras. Parece que a esta compañía le va el choteo, pero la realidad es que los atrasos de 2017 los han cobrado solo los hombres. Dado que de su plantilla femenina consta de tres personas, se deduce que la estrambótica decisión no responde a motivaciones económicas, sino al simple deseo de discriminar.

No hay como invocar la literalidad de la letra para tensar el debate sobre el lenguaje no sexista, aspiración que se considera propia de activistas locas. El revuelo ha sido de tal calibre, incluidas amenazas de denuncia por delito de odio contra las mujeres, que la aceitera se ha aprestado a rectificar, alegando un simple error en la interpretación de los hechos, que una cosa es burlarse de las prójimas y otra que te salga la broma por un pico.

Al consultar a la RAE sobre el caso, la respuesta oficial ha sido: "Quizás la insistencia en afirmar que el masculino genérico invisibiliza a la mujer traiga consigo estas lamentables confusiones". O sea, que la culpa no es del empresario que sisó en la nómina, sino de las feministas. Su lucha en favor del lenguaje inclusivo consigue confundir a los jefes de recursos humanos, pobres, que ya no entienden el idioma castellano y por eso no cumplen sus compromisos retributivos. La Academia podría haber apoyado que en el próximo convenio se use lenguaje desdoblado e igualitario para que hasta el más cerril lo sepa interpretar bien, pero no. Prefiere fijar y dar esplendor a lo más rancio del idioma.

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