Así pues, con las estadísticas sobre diferentes actividades -y actitudes- de los sectores más jóvenes de la sociedad gallega superando los niveles de máxima alerta, quizá sea llegado el momento de exigir una reflexión. Por una razón sobre las muchas que podrían argumentarse; tanto la tendencia, que va en aumento, como la gravedad de las amenazas, crecen a mucha mayor velocidad que la escasas reacciones de quienes deberían tener mejores reflejos. Y eso constituye otro problema aún mayor: empieza a reducirse la capacidad y el tiempo para reaccionar.

No se trata de una exageración ni de un susto que provoque la alarma. Sólo de meditar acerca de unos datos que, en su última entrega, advierten -tal como publicó este periódico- que ha crecido un veinte por ciento el nivel de atención a la pornografía infantil en segmentos que hace muy poco que superaron esa escala de edad. Y eso se une a las advertencias reiteradas de que el alcoholismo y las agresiones sexuales, así como las actitudes juveniles que las "comprenden", aumentan de forma exponencial. Y han dejado de ser anécdota para entrar en otra categoría.

Hay, desde luego, sobre este feo asunto, numerosos análisis e interpretaciones, casi tantos como escasas son las medidas o propuestas para hacer frente y dar solución al problema. Que por cierto tiene un denominador común, o al menos lo suficientemente repetido como para considerarlo así: una buena parte de las malignas tendencias, o de las perniciosas actitudes, se multiplican, después de originarse, a través de internet. Y el papanatismo de unos cuantos convierte los avisos en supuestos ataques a la modernidad y en aversión de los antiguos a la "modernidad".

Por eso es tan importante la reflexión que se reclama. Para que no se malinterprete, ni se manipule, una relación de hechos que, para ser interceptada, necesita un control democrático, legal y eficaz sobre determinadas actividades en La Red. Porque nadie discute su eficacia y su necesidad para el progreso, pero nadie debería discutir el riesgo de que pueda ser a la vez fuente de severos conflictos y males. Tal como ocurrió por cierto, en el pasado, con avances indiscutibles de la ciencia humana.

Por eso, y hay que insistir, es necesario el control, y quizá haya de emplearse el plural y hablar de "controles", porque los que se aluden no son sólo los de la autoridad democrática, y por tanto legal y legítima, sino los de la familia, las escuelas y la sociedad misma. Eliminar actitudes y amenazas no es imposible si se intenta desde el colectivo que conforman todos los estratos que conforman el complejo entramado que configura la convivencia. Pero debe actuarse ya, con una coordinación severa y no pensando en el etéreo concepto del "orden", tan interpretable como maleable, sino el más abierto y mejor empleado, de la dignidad que cada joven debe llevar impreso en su ADN. Antes de que sea demasiado tarde.

¿O no??