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Joaquín Rábago.

Así solo se alimenta aún más el populismo

Las meteduras de pata de Oettinger y Mattarella

Flaco favor le han hecho últimamente a la Europa democrática dos políticos, sin embargo, tan distintos como el presidente italiano, Sergio Mattarella, y el comisario europeo Günther Oettinger.

Comencemos por el alemán Oettinger, nada menos que vicepresidente de la Comisión Europea, quien no tuvo empacho en expresar en declaraciones a la prensa su esperanza de que "los mercados" enseñasen cómo votar a los italianos.

"Espero que los mercados jueguen un papel en la campaña electoral y envíen una señal para no permitir que los populistas de izquierdas y derechas tengan responsabilidades de Gobierno", dijo en referencia al movimiento Cinco Estrellas y a la Liga.

Es un poco lo mismo que ocurrió cuando, después de que el partido Syriza de Alexis Tsipras ganase las elecciones en Grecia, se les dijo desde Alemania a los ciudadanos de ese país cómo tenían que haber votado en el referéndum sobre la deuda.

Oettinger es un político patoso que no merece estar en el cargo que ocupa. Ya en cierta ocasión propuso con toda la seriedad que las banderas de los países fuertemente endeudados ondearan a media asta en las instituciones europeas.

Pero tampoco el jefe del Estado italiano ha estado en su mejor momento, por más que actuase en el marco de la Constitución, al forzar al primer ministro de la coalición populista italiana a abandonar su primer intento de formar gobierno después de que aquél rechazase al candidato propuesto para el ministerio de Economía.

El candidato del primer ministro era Paolo Savone, conocido por su oposición al euro, y el presidente justificó su rechazo porque no podía responsablemente aceptar a un ministro que pusiera en peligro la pertenencia del país a la eurozona.

Mattarella había insinuado ya desde el principio que no aceptaría ningún Gobierno que cuestionase el lugar que ocupa Italia en la UE, pero su postura en asunto tan delicado no puede sino alimentar el populismo y el rechazo ciudadano a las instituciones, ya no solo de Bruselas, sino las del propio país.

Es cierto que para sacar a Italia del euro haría falta al menos un referéndum como el celebrado por los británicos con el resultado que sabemos.

Pero, ¿es posible, se preguntan muchos italianos y no italianos, ordenar a un Gobierno legítimo otra política europea decidiendo desde la jefatura del Estado quién debe o no ser ministro?

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