Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sin confianza

Una moción de censura sin un programa de gobierno respaldado por una mayoría parlamentaria

Según una idea bien conocida de Karl Popper, lo más característico de las democracias es que los cambios de gobierno se dan de forma pacífica. Aunque el gran filósofo austriaco pensaba en una de las consecuencias posibles de las elecciones, es lo que acaba de ocurrir en España por otra vía. La sustitución del gobierno es un hecho periódico y en principio resulta saludable para el funcionamiento de una democracia. La sociedad española ha integrado por fin en su rutina política el relevo gubernamental, pero aún lo vive con cierto dramatismo en cada ocasión. Todos los presidentes, de Suárez a Rodríguez Zapatero, han abandonado la Moncloa acompañados de mucho ruido y con amargura. Rajoy ha sido el último en experimentar esa sensación. Después de hacer frente a la fase más aguda de la crisis económica, al desafío del independentismo catalán, a un cambio radical del mapa político y a la inestabilidad parlamentaria de su propio gabinete, ha galvanizado el descontento general y la frustración de la izquierda y de los nacionalistas de tal manera que ha tenido que irse del gobierno por la puerta de atrás.

Así que el cambio de gobierno es algo normal en una democracia, pero en España conserva todavía un halo de excepcionalidad. Y, en realidad, visto lo acontecido esta semana, hay razones para ello. Un presidente que ha llegado al gobierno a lomos de un partido afectado gravemente por la corrupción ha sido obligado a dimitir por el Congreso, que en su lugar ha instalado al primer dirigente de otro partido que se encuentra dividido y en pleno declive electoral, sin presentar un programa ni contar con una mayoría parlamentaria que garantice durante un tiempo su continuidad en el poder.

En una situación como la que se ha dado, procedería que el presidente sustituto presentara de inmediato una cuestión de confianza para comprobar si tiene el apoyo explícito de una mayoría de los diputados que le permita gobernar con una mínima estabilidad. Pero el artículo 114 de la Constitución da por supuesto que el candidato propuesto en la moción de censura aprobada dispone de la confianza de la Cámara. En el caso de Pedro Sánchez, sin embargo, sabemos que esto no es así. Los diputados de ERC, Bildu y anticapitalistas de Podemos han votado a favor de la moción para echar a Rajoy, mostrándose al mismo tiempo críticos y distantes con el líder del PSOE. Ningún grupo parlamentario se ha comprometido en firme con el nuevo presidente del Gobierno. Haciendo cuentas, es muy improbable que el candidato socialista hubiera superado una votación de investidura, lo mismo que ya le ocurrió tras las elecciones de 2015. Seguramente habría obtenido menos votos a favor que Rajoy en su última elección y ha recibido 58 votos más en contra.

Antes de la moción, desde mucho antes, teníamos un gobierno manchado por la corrupción de su partido, y hoy tenemos al frente del ejecutivo a un dirigente inexperto, que ha fracasado en las urnas y en el parlamento en varios intentos de acceder al poder y que está dispuesto a gobernar en minoría, siendo su partido incluso minoritario dentro de la amplia y variopinta coalición que podría sostenerlo, sin una agenda pública de gobierno. Los grupos que han expulsado a Rajoy, sin orden ni concierto, van poniendo sobre la mesa sus demandas. El veto que todos ellos, excepto el PSOE y el PNV, han presentado a los Presupuestos en el Senado define la actitud que van a mantener con el jefe del Gobierno. En el intercambio de pareceres que mantuvieron Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en su turno durante el debate de la moción, entre disquisiciones ideológicas sobre modelos, estrategias y plazos, el segundo alentaba al primero para que aprovechara la oportunidad única que se le presentaba de convertirse en una referencia mundial de la izquierda. Pero no mencionaron una sola medida por la que al final de su mandato el gobierno tenga que rendir cuentas.

Rajoy debe a los españoles una explicación, pero nada de eso justifica la actuación de Pedro Sánchez. Si el fin de la moción de censura era apartar a Rajoy de la presidencia del Gobierno por la corrupción de su partido, una vez conseguido su cese correspondería celebrar elecciones sin dilación. Si los planes de la izquierda y los nacionalistas, distintos pero conniventes, tienen más largo alcance, como parece, una moción de censura sin un programa de gobierno respaldado por una mayoría parlamentaria no es la forma democrática de proceder más edificante.

El gobierno que va a formar Pedro Sánchez es una probatura de la que participan diferentes fuerzas políticas con propósitos mezclados, divergentes y hasta contradictorios, que no han sido expuestos abiertamente a la sociedad española. ¿Cómo ha podido el PSOE contraer la enorme responsabilidad de asumir el gobierno en estas condiciones sin contar con la opinión y el voto de los españoles?

La política nacional ha perdido coherencia. Es demasiado experimental e imprevisible, y no comprendemos por qué suceden las cosas. Toda la política española es una incógnita. Uno se siente tentado a creer que una inteligencia diabólica ha querido dar una vuelta de tuerca más a la crisis política para ponernos a prueba. ¿Somos capaces de entablar un debate político constructivo? ¿Hay posibilidad de algún pacto fiable que dé estabilidad a un gobierno en España?

De momento, la moción de censura ha modificado el panorama político y ha excitado el espíritu competitivo de los partidos. La batalla política no da tregua y la campaña electoral se ha puesto en marcha, esta vez desde la tribuna del Congreso. Pedro Sánchez ya manda en el gobierno y por tanto en el calendario de las elecciones, pero todavía no decide el voto de los ciudadanos.

Compartir el artículo

stats