El documental sobre John McCain que emitió hace unos días la cadena HBO coincide con la publicación de sus memorias y se presenta casi como un obituario. En él no se censuran las sombras ni se disimula el homenaje. Se trata de un retrato amable. Razonablemente equilibrado. Y tiene sentido. Al senador republicano le diagnosticaron un cáncer cerebral y no le queda mucho tiempo de vida. En ocasiones resulta conmovedor observarlo mientras pasea junto a su esposa y su perro sabiendo que la muerte se ha asomado a su puerta para llevárselo. Él, no obstante, espera sonriente, seguro de sí mismo, sintiéndose "afortunado". McCain es un hombre íntegro, consecuente, honorable. Amigos, compañeros y adversarios lo elogian sin poder contener la emoción. Entre sus mejores amigos se encuentran precisamente sus adversarios: Ted Kennedy, Joe Biden, Joe Lieberman. El senador no parece presuntuoso ni cuando relata el célebre episodio de heroísmo que protagonizó como prisionero de guerra después de que su avión fuera derribado sobre Hanoi. En aquel momento, acogiéndose al código militar, no aceptó tratos de favor por ser hijo de un alto mando del Ejército y, como consecuencia, padeció unas torturas cuyas visibles secuelas (no puede mover completamente los hombros) todavía le acompañan. Pensando que iba a morir, firmó finalmente una confesión en la que admitía haber cometido unos crímenes. "Estaré siempre avergonzado de ello".

Habla de aquel suceso sin dramatizarlo. Del mismo modo que expone sus convicciones o reconoce los errores que cometió. Como cuando aceptó dinero del magnate inmobiliario Charles Keating y se vio involucrado en un caso de corrupción ("esa marca siempre estará en mi historial"), o cuando, durante las primarias republicanas de Carolina del Sur, defendió el uso de la bandera confederada, aunque en realidad pensaba que dicho símbolo era ofensivo ("incumplí mi promesa de decir siempre la verdad"). McCain no racionaliza lo injustificable. Eso lo convierte en una anomalía en la fauna política. Además, ahora, cuando más se critica al "sistema" por no resolver los problemas de los ciudadanos, McCain exhibe un dilatado currículum parlamentario con más de veinticinco iniciativas en el Congreso, algunas lideradas por él mismo, entre las cuales se halla la reforma de la financiación de los partidos y la normalización de las relaciones diplomáticas con Vietnam. En unos tiempos en los que nadie parece ceder al compromiso, McCain representa el paradigma del bipartidismo. En la era de las teorías conspirativas, las "fake news" y los hechos alternativos, McCain, refiriéndose al actual presidente (quien no será bienvenido en su entierro), critica a aquellos que se comportan como "autócratas que pretenden desacreditar y controlar a la prensa libre". Muchos recuerdan su valiente defensa de Barack Obama, arrebatándole el micrófono a una de sus seguidoras en un mitin de campaña en el momento en que esta comenzaba a poner en duda los orígenes del entonces candidato demócrata a la presidencia. "Nadie tiene que sentir miedo si él gana las elecciones".

Aquí está el momento clave del documental. McCain asume la responsabilidad en la candidatura de Sarah Palin a la vicepresidencia. Confiesa que le hubiera gustado haber elegido a su amigo demócrata Joe Lieberman, pero, como ocurrió con la bandera confederada, tomó aquella decisión por motivos electoralistas. Y, a pesar de todo, en ambas ocasiones perdió. Ocurre que esta equivocación, a diferencia de otras, tuvo unas consecuencias devastadoras no solo para su formación política sino también para su país. Con Palin se legitimó institucionalmente el movimiento que elevaría al poder a Donald Trump, introduciéndose en el Partido Republicano un discurso nativista e intransigente, cada vez más aplaudido por los votantes. McCain fue determinante en ese proceso de radicalización. He ahí la paradójica tragedia que subyace bajo esta enternecedora historia. El veterano senador dice que su héroe es Robert Jordan, el protagonista de Por quién doblan las campanas (así se titula también el documental), la novela de Hemingway ambientada en la Guerra Civil española, porque Jordan lucha por una "gran causa" y no por sus propios intereses. Lástima que ahora en política se valore más lo segundo que lo primero. Lo malo es que el daño puede ser irreparable.