Faro de Vigo

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Como dijo mi muy querido poeta Pedro Garfias en el poema "Asturias", que popularizó el cantante Víctor Manuel, "yo soy un hombre del Sur". Y como toda la gente del Sur, carezco de raza. En mí no hay ninguna por el hecho innegable de que todas se me agolpan en la sangre. Mi ADN está escrito en lenguas antiguas y perdidas, en alfabetos que el tiempo ha ido olvidando.

Yo vengo del tartesio "con voz de plata", que dice Antonio Martínez Ares, de aquel pueblo que escribía sus leyes en verso cuando en el resto de Europa aún estaba saliendo de la Edad de Piedra. Y vengo del marinero fenicio que hacía escalas para aguadas y comercio desde el río Orontes, en tierras de Canaán, hasta la bellísima Gadir, la de luminosos canales. Y mi voz tiene, también, un dejo griego anterior a la koiné, dialectal y diverso, que cuenta en hexámetros la vida de sus héroes y sus dioses. Y del troyano Eneas, hijo de Afrodita, que llega fugitivo a la divina península para que sus descendientes conquisten el mundo levantando el imperio romano.

Y de godos vengo también, de la larga nómina que empieza en el rey Ataulfo y concluye en el rey Rodrigo, traicionado por uno de los suyos y vencido por los musulmanes, de quienes heredé Al Andalus y, como Manuel Machado, "el alma de nardo del árabe español". Y de cristianos viejos llegados de la cornisa Norte de España, secas las manos de la siega y de la guerra, nunca conquistados. Y del indio de ida y vuelta. Y de gitanos también, que el pulso de su sangre se me viene a la garganta cuando canto. De todos ellos procedo, de todas las razas y de ninguna soy, un mestizo, una aleación, un hombre del Sur acostumbrado a la fatiga y la paciencia, natural de todas partes.

Hay enfermedades muy malas que se curan muy fácilmente. Viajando, comprendiendo, aceptando que nadie es mejor que nadie, ni más limpio ni más bendito, que toda mezcla es siempre un enriquecimiento, que no hay otra perfección que la diversidad.

Cruzado de mil raleas, no entiendo a los que proclaman su pureza, patriotas del pasillo de su casa que creen venir de un solo tronco inmaculado sin asumir lo imposible de un hecho semejante. Nadie conoce con infalible certeza la línea de su origen, nadie puede proclamarse limpio de contaminación y henchir el pecho con un orgullo digno de mejor empeño. Antes de todo, es preciso entender que el odio al otro es siempre una forma de miedo.

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