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Pedro de Silva

Pajaritos (no de la navata)

Antes de la primavera los pajaritos empiezan a amarse, y, sustento aparte, ya no piensan en nada más. Es el amor en estado puro. Tras emparejarse montan su nido con esmero, pensando sólo en la mejor crianza de la progenie. Es el impulso procreador de todo ser vivo. Hay niditos muy simples y otros mucho más rotundos y, por así decir, lujosos. Los de las golondrinas -"aviones"- que anidan bajo la cornisa de mi casa (en una barriada del extrarradio, sus zonas preferidas) son del segundo tipo: una gran vasija hecha de pellas de barro, dentro de ella un nidal de paja bien urdida y encima plumas, a modo de colchón. Parece exagerado, pero la protección de la progenie lo justifica todo, y, en cualquier caso, ¿quién es nadie para discutir el programa genético de estos pajaritos, que nos alegran con su raudo vuelo, y, a diferencia de algunos humanos, no dan la matraca con lecciones morales?

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